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CARPE DIEM

abril de 2020

Puede que la pandemia haya conducido a más de un@ a reorientar su vida hacia el Carpe diem. Somos frágiles , contingentes y perecederos. El torbellino de la vida, los avances tecnológicos, las riquezas concebidas como foso protector de nuestros castillos (por cierto de naipes) nos han cegado o han errado el cálculo. La misma consistencia de la vida en el planeta ha sido puesta en cuestión y en peligro de jaque. Hemos ido aprendiendo a leer pero no éramos conscientes por ignorancia u orgullo de que no todo está aún escrito. Así que procede preguntarnos qué es la vida ¿Qué significa e implica vivir la vida?

En primer término debemos analizar qué es el tiempo, estructura básica en la que se incardinan nuestras vidas. Podemos convenir  en que el tiempo es presente: el pasado se nos fue y el futuro está por llegar. Así entendido el tiempo podríamos considerarlo como el desarrollo de una línea punto por punto. Y aquí nos surge el primer conflicto: el punto no tiene dimensión. Los instantes son esencial y enloquecidamente fugitivos. ¿Es posible caminar sobre arenas tan movedizas? ¿Es posible atrapar un presente para vivirlo concienzudamente? Si nos lo propusiéramos acabaríamos locos. No hay cámara mental o sicológica capaz de fijar la velocidad de las imágenes y sensaciones.

Por eso hemos reconstruido un presente formado por la memoria inmediata del pasado y el adelanto previsto del inminente futuro. De este modo el punto (inmensurable en sí mismo) por agregación deviene trazo, momentum, tramo vital. Nos deseamos un feliz día, celebramos que en buena hora hicimos tal o cual cosa o evocamos ratos de felicidad. Troceamos el tiempo permanentemente móvil en unidades suficientemente duraderas como para ser percibidas y catalogadas. El propio lenguaje entra en este juego. Supongamos que yo a las diez de la mañana me rompo una pierna por poner un ejemplo positivo, y escribo a un amigo un washap a las seis de la tarde contándole mi golpe de suerte . Podré escribir “esta mañana me rompí una pierna” o bien  “hoy me he roto una pierna. ¿Cuál es la diferencia? En el primer caso uso una unidad de medida temporal (esta mañana) que a las seis de la tarde ya se ha cerrado. En el segundo nos enmarcamos en un cómputo que a las seis de la tarde aún sigue vigente (el día de hoy).

Cierto que la vida es esencialmente presente (dentro del esquema mental antes referido) y que sólo en el mimo y el esmero de cada momento podemos construir, ladrillo a ladrillo, el edificio vital. Así pues conviene en cierta medida descontaminar la vivencia presente de las experiencias anteriores positivas o negativas pues todos los instantes en gran medida son irrepetibles y el pasado como el sol puede hacer que la sombra que proyecta sea más alargada o más corta que la real medida de nuestro árbol plantado en la inmediatez. La máxima de que cualquier tiempo pasado fue mejor puede devaluar la moneda en curso, descontextualizar la palabra presente, redimensionar por exceso o por defecto las medidas de nuestro ahora. Esto no quiere decir que el presente para ser valioso ha de ser químicamente puro. A la tierra que disfrutamos hemos llegado caminando paso a paso, lo vivido puede ser peso inútil y gravoso en nuestra mochila o significar el viático que nos ha permitido culminar el camino, el esfuerzo y la fatiga anterior es encuentran sentido cuando respiramos los aires puros de la cumbre. Este entretejimiento de mimbres con la sabiduría y destreza del artesano confeccionan la cesta de una vida que podría llegar a configurarse como un hermoso capitel corintio.

¿Y qué papel juega el futuro en nuestro devenir presente? Ciertamente sería una locura vivir a salto de mata. Necesitamos una cierta perspectiva. Como seres inteligentes  podemos prevenir en cierta manera un futuro que sólo con un presente adecuado podrá ser soportable e incluso gozoso. Como individuos y sobre todo como especie precisamos incluir en nuestra racionalidad los elementos básicos de la supervivencia, de la calidad de vida y de la dignidad contemplados en la perspectiva histórica. Sólo nuestra especie es capaz de transformar  la evolución adaptativa en historia. Pero esta conveniente conexión con el futurible no puede significar dependencia. Primero no sabemos cuándo se nos acabará el futuro y por tanto no es prudente sujetar nuestras vidas en un clavo de desconocida caducidad. Va por camino equivocado quien “no goza de lo que tiene por ansia de lo que espera”.  Vida demasiado azarosa  es la del que juega el presente a la mejor fortuna del futuro y  más teniendo en cuenta que quien así procede nunca llegará a un tiempo que sacie suficientemente sus aspiraciones, viviendo de este modo en  permanente ansiedad.

Llegados a este punto podemos preguntarnos por el sentido de la vida como entramado de la historia vital de cada uno. Tal vez sea arriesgado plantear el asunto como un balance contable tasando haberes y deberes. Es difícil  y a veces erróneo ponderar  con cierta precisión el valor de los momentos de modo que ajustemos las cuentas con rigor y acierto. Tal vez convendría que de vez en cuando hiciéramos borrón y cuenta nueva gastando los caudales presentes al margen de ejercicios contables anteriores y así hacer de cada instante una oportunidad. Sabemos que el negocio ha resistido hasta el momento, que la venta al detalle nos da para el pan de cada día, que no hay traspaso viable y que no se va a caer el mundo el día que bajemos la persiana.