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QUE DIOS LE AMPARE

diciembre de 2014

Recuerdo aquellos días de mi infancia por tierras montañesas de León: de vez en cuando pasaban “pobres” con su saco de mendrugos y algún que otro trozo de tocino y cuatro “perronas” en los bolsillos. Picaba en las puertas pidiendo “una limosna por amor de Dios”. Si la vecina (estos asuntos eran cosa de mujeres) no pensaba atender sus demandas, lo despedía con un “Dios le ampare”. La historia se repite. Ciertamente con un formato de modernidad, pero es claro y evidente que hemos regresado a la mendicidad, yo diría a la macromendicidad. No me refiero a ese pequeño grupo de los ocupas de los bancos urbanos, de las bocas del metro o los cajeros automáticos que como una maldición afean nuestra sociedad de la opulencia, por cierto hoy en vías de reducción. Se trata de esa masa millonaria de gentes en paro sin ningún tipo de ayuda (que sigue creciendo a pesar de la recuperación), de personas contratadas en condiciones tan precarias que siguen sobreviviendo en el subsuelo de la indignidad, de tantos jubilados castigados por toda clase de pobrezas, de una mayoría de jóvenes que a los treinta años no han conseguido la mayoría de edad económica…Casi todos ellos se ven abocados, ante el desamparo del estado, a la caridad, a la solidaridad de los que comparten lo poco que tienen. El Estado, el Gobierno, los Bancos, las grandes empresas siguen cabalgando descuidadamente en sus alegres cacerías porque ni siquiera hay perros que les ladren y menos que les muerdan los zancajos.
Estos días de la gran recogida de alimentos he tenido un agudo problema de conciencia. ¿debo o no participar? El banco de alimentos a través de las redes de asistencia benéfica y de los comedores sociales es el último clavo ardiendo al que se agarran tantos ciudadanos desposeídos de sus derechos constitucionales. Arrancar o disminuir la resistencia de este anclaje puede suponer la caída libre de estas personas en el foso de los cocodrilos. Pero seguir manteniendo sin otras contrapartidas este estado de cosas, es perpetuar la injusticia, eximir al estado y a los poderes económicos de sus obligaciones redistributivas. ¿O es que en otra nocturnidad más se ha eliminado de la Constitución la calificación del estado como organización economico-social y se le ha mutilado a la riqueza su función social? Por qué, en un acto de coherencia, no han aprovechado la coyuntura para eliminar de la Constitución todos los artículos suspendidos por la primacía del 135?
En un programa de radio emitido en el fin de semana de la gran recogida, oí una entrevista a una persona acogida a este paraguas de la beneficencia: contaba sus penalidades extremas hasta poder llegar a recibir las ayudas alimentarias. Y añadía: “ahora estoy contenta”. Comprendo el alivio de esta ciudadana que ha pasado del infierno al purgatorio. Pero me pregunto: ¿no están siendo estas migajas la anestesia que nos induce a quedar en casa resignados en vez de tomar la calle y meter el miedo en el cuerpo a quienes gobiernan o quieren volver a gobernar? Por qué nos resignamos a seguir atemorizados en vez de luchar para que el miedo cambie de bando?
No temo al Gobierno (que ya sé de qué pata cojea y en qué cesta pone los huevos), dudo de la ciudadanía. Puede entenderse la ingenuidad de quienes han creído que los defensores del capital y de los privilegios iban a crear tres millones de puestos de trabajo, que nos iban a reducir la carga fiscal manteniendo las prestaciones sociales (perpetuo mito de la eficacia y la gestión vinculadas a su ADN), que la crisis no era una pandemia universal sino tan sólo un brote nacional de la cepa zapatera, que la honradez era un rasgo genético de la gaviota. Pero visto lo visto, y sufrido lo sufrido, que el partido del gobierno siga encabezando las encuestas de intención de voto, es para hacérnoslo mirar como sociedad. Se nos han subido a la chepa, nos están defecando encima toda su corrupción, recortan sin piedad los servicios sociales mientras se indemniza a tocateja la operación Castor, se asume el Banco Malo, se rescatan autopistas delirantes…Como anzuelo electoral nos lanzan la caña de la rebaja de impuestos. ¿Picaremos? A quienes estamos de la mitad de la tabla para abajo nos tocará un pequeño aguinaldo, pero la lotería será para los de siempre, los de arriba. La reducción de ingresos resultante de la rebaja fiscal, nos ha dicho Bruselas, no parece casar con la obligación de reducir el déficit: habrá que meter la tijera en el paño y más de una vergüenza se nos quedará al aire. La prueba mayor de que será así es que lo ha desmentido en gobierno.
Pero vuelvo a la ciudadanía. La reducción de impuesto suele reconfortar al personal y estos caramelitos con frecuencia propician más de un voto. Pero entremos en una jornada de reflexión: ¿estamos dispuestos a contar con 100 € más en el monedero, pero seguir sufriendo el deterioro de la sanidad, viendo denegadas las becas de nuestros hijos, contemplando impasibles la lista de espera de nuestros dependientes, resignándonos a que nuestros talentos (que tanto nos han costado) se exilen absorbidos por la vorágine de la “movilidad exterior”? No puede ser que la bolsa de alimentos que donamos estos días sea un calmante para que nuestra conciencia se tranquilice porque toleramos tanta injusticia, porque no nos atrevemos a doblar el espinazo de esta fiera que depreda sin la menor concesión, no digo ya a la justicia, sino a la mínima piedad? ¡Qué bien lo expresaba “El Roto”: Un ciudadano le puntualizaba a un predicador de la macroeconomía y de las estadísticas: “pero detrás de los números hay personas”. Respuesta: “pues que se aparten” ¿Podemos seguir tolerando los desmanes e imposiciones de las multinacionales y la gran banca, porque si no aceptamos su ridícula aportación al bienestar del país, se van a sus paraísos fiscales, consentidos y amparados por una Trioka apátrida? Mientras la solidaridad entre los pobres funcione como salvavidas, para qué invertir en guardacostas, mientras haya voluntarios y ONGs, para qué malgastar en una red de servicios sociales, si existen bancos de alimentos y comedores sociales, por qué no reducir los comedores escolares?
Los liberales y ultraconservadores no se cansan de repetirnos: “el dinero donde mejor está es en el bolsillo de los ciudadanos”. Hay que acabar con el Papá Estado. O sea que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Si tienes cartera, buena cuenta en el banco y tarjeta black podrás cuidar de tu salud, abrir un plan de pensiones, dar estudios a tus hijos y atender a tus discapacitados. Los que sólo tienen monedero para los estrictos gastos del día, que se acojan a la receta de la Sra. Fabra (hija del prisionero de Aranjuez): ”que se jodan”.¿ Estas gentes pobres y/o empobrecidas se encuentran así por su mala cabeza, por su desidia o gandulería, por su falta de ambición, por la apostasía de su propia dignidad? Evidentemente que no: son las poderosas leyes del mercado, la avaricia sin limite de los que tienen, la vigencia de la ley del más fuerte (reforma laboral), la supremacía del capital financiero sobre los derechos humanos, el timo del PIB (bien está ver cuánto hay en la bolsa, pero más importa cómo se reparte lo que hay), los que están produciendo esta brecha social totalmente inaceptable. Pero los mismos apóstatas que reniegan del estado para abrazar la fe de la libertad total de la iniciativa privada, no denuncian el sacrilegio del rescate de la banca y de las autopistas, no acusan de pecado mortal al Banco malo, no ven un quebrantamiento de los mandamientos en la condonación de 3.000 millones de euros a las eléctricas o en el pago a tocateja de la indemnización inmediata (1.350 millones de euros) concedida al plan gasístico de la operación Castor.
Una última reflexión: Grande es la muestra solidaria de la ciudadanía, bienvenido sea el alivio que puede suponer para quienes van quedando en la cuneta, pero muchos son los que están lucrándose (por acción o por omisión) de este modo de paliar la enfermedad que apunta a crónica. ¿Cuánto aumentaron los ingresos los supermercados situados al lado de los puntos de recogida de alimentos? Contaba una periodista que fue el sábado por la tarde a hacer la compra y colaborar en la campaña: los estantes de los productos demandados por el banco de alimentos estaban prácticamente vacíos. ¿No resulta inmoral o al menos estéticamente deplorable? ¿Cómo es que estas grandes cadenas, especialistas en promociones y campañas publicitarias no se les ocurrió algún sistema para que los artículos comprados para donación estuvieran a precio de coste? A toro pasado y a partir de las estadísticas de ventas de fin de semana, ¿por qué no aportan para la causa los “excedentes” de beneficios obtenidos por la campaña de recogida? Demasiados buitres planeando sobre el cuerpo social amenazado de muerte. Son necesarias otras políticas, otras leyes, otros principios de convivencia, otro “sentido común”. Pero si aceptamos que todo lo que va en esta línea es populista, irrealizable, producto de electoralismo, mercancía de telepredicadores, comunismo puro y duro de engañabobos, seguiremos en esta encerrona que tiene secuestrada nuestra dignidad. Si dejamos que sea el miedo quien nos guarde la viña, si permanecemos en la resignación mariana de que vendrán tiempos mejores (¿para quién?), si no nos damos “otra” oportunidad, si no nos atrevemos a buscar una escoba que barra tanta corrupción como hay en el sistema, que Dios nos ampare.