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RASGARSE LAS VESTIDURAS

enero de 2015

JE SUIS PARIS, JE SUIS CHARLIE HEBDO. Nos duele el alma, se nos abren las carnes, se nos erizan los cabellos y sacamos fuerza de flaqueza para no bajar los brazos. Pero esta sintonía global, esta sacudida espontánea, vital y primaria ¿responde realmente a la valoración de la vida, o más bien al miedo a la muerte?¿Qué nos duele más, la pérdida de los que se fueron  o el terror de pensar que podíamos haber sido nosotros los sacrificados? Ninguna creencia, ninguna idea, ninguna bandera es digna ni de la primera gota de sangre vertida, cuánto menos de la última. ¿Quién no firmaría esto? Pero si hacemos una disección de nuestros comportamientos más allá y después de estas situaciones límite, ¿ qué vemos, qué encontramos, qué tipo de tejidos sociales y sicológicos  descubrimos?

En primer lugar nos resulta incomprensible la locura de esas mentes asesinas, nos resulta estremecedor el desprecio que tienen por “nuestras” vidas. Locura o no, crueldad sí o sí, su actuación corresponde a una lógica aplastante de un sectarismo seguramente delirante: el escaso o nulo valor de la vida humana, la de TODOS, comenzando por la suya ya que son los primeros que se autoinmolan.  He aquí la dificultad de luchar contra este terrorismo, ya que sus autores, lobos solitarios o emisarios inducidos en coordinación, no actúan constreñidos por la necesidad de salir  indemnes  del  atentado. Más bien lo contrario: morir por la causa es la mayor gloria y garantía de una vida ETERNA llena de los más exquisitos placeres. Es la versión árabe de nuestro valle de lágrimas que nos abocará a la transfiguración del Tabor.

Pero nuestra cultura occidental que se vanagloria de defender el supremo valor de la vida ,se rige por normativas farisaicas. Si tanto vale la vida, porqué promovemos o aceptamos sumisamente leyes que atentan contra su dignidad. Cuando estamos muertos somos muy respetables, merecemos los gastos más extraordinarios para recuperar nuestros cadáveres o encontrar nuestros restos, pero mientras sobrevivimos podemos conllevar indignidades sin fin. No nos remuerde la conciencia por votar partidos que priorizan el pago de los intereses a esos mercados que nos imponen su ley sin piedad, sobre la atención a las necesidades más elementales de la ciudadanía injustamente empobrecida. No importa que haya cada vez más conciudadanos que no tienen ninguna ayuda del estado del malestar, no nos subleva la existencia a nuestro lado de niños con hambre y jóvenes sin presente y sin futuro. Nos basta con la supervivencia, la dignidad parece ser cosa de “delicatessen” propias de mentes retorcidas, rojas, subversivas, cristianas heterodoxas o perdidamente utópicas. Nos parecen intolerables y desorbitadas las decenas de víctimas del terrorismo (y así es), pero no nos remueven las entrañas los “innumerables” muertos anónimos condenados por los recortes presupuestarios de sanidad, asistencia social y dependencia.

Es trending topic el cuerpo sin vida de Aylan en una playa turca, pero quién se acuerda de los miles de españolit@s que viven en la  indigencia , el abandono y la humillación, a punto de ahogarse  en  la pobreza alimentaria, energética y cultural. La ley de la dependencia escrita en papel  mojado l@s deja en el olvido y la impotencia, porque los presupuestos del estado han llevado al coma “inducido” la investigación que podría prevenir, curar, aminorar o al menos detener sus enfermedades y limitaciones. El Gobierno y el Partido  que lo apoya son responsables por acción y violación del contrato electoral, pero también lo son los ciudadanos que colocan entre sus prioridades la bajada de impuestos (no la solidaridad), la caridad (no la justicia), los privilegios (no la igualdad), la iniciativa privada (no el bien común). Seguramente si preguntáramos a las víctimas de la crisis (bien llamada estafa) si esto es vida, nos tendríamos que tragar más de un sapo. Vida sí, pero digna.

Cada vez se levantan más voces clamando por alzar una muralla (concertinas incluidas) que impidan la ocupación “bárbara” de nuestra sociedad occidental de profundas raíces cristianas pero de híbridos y transgénicos frutos. Ciertamente si aterrizara un extraterrestre en nuestro planeta tendría problemas para saber quiénes son los INFIELES: En Arabia Saudita dirían que los cristianos, en Hungría que los musulmanes. El talibanismo y la intolerancia musulmanes los estamos viendo como un defecto de fabricación sin darnos cuenta en nuestra cortedad  que es algo “déjà vu”, que es nuestra historia repetida en versión árabe: están viviendo y practicando lo mismo que hizo la cristiandad durante muchos siglos atrás. Nuestra autoridad moral no es demasiada si tenemos memoria histórica: en la Vieja Europa tuvo lugar la guerra contra  los albigenses, aquí hemos exhibido orgullosamente la imagen y prototipo de Santiago MATAmoros, Clavijo- Jerusalén- Lepanto…  son parte de nuestras glorias históricas, los Reyes apodados Católicos (se está trabajando en la canonización de Isabel de Castilla) expulsaron del país a musulmanes y judíos, su biznieto el ultracatólico Felipe II ahogó en sangre y esclavitud las rebeliones de las Alpujarras, nuestras fueron las guerras de religión, conquistamos América blandiendo la espada y la cruz, fuimos los paladines de la Santa Inquisición, la Iglesia Hispana llevó bajo palio a un dictador asesino y bajo las bóvedas de una basílica católica descansan (¿)  sus restos privilegiados.  No estamos para dar lecciones a nadie: la yihad tiene su ancestro en las Cruzadas (así se denominó a nuestra Guerra Civil), los imanes y talibanes que predican y exaltan la guerra contra el infiel, son modelos tardíos de Tomás de Torquemada. Juana de Arco o Miguel Servet fueron condenados a la misma muerte que amenaza al escritor Salman Rushdie. Estamos en el juego de la paja y la viga.

Ahora, ante estos hechos inhumanos, cabe preguntarnos si es razonable la práctica del  ojo por ojo y diente por diente: bombardeo por atentado. Creo que es de un polulismo repudiable satisfacer y estimular los impulsos primarios  de venganza, sobre todo cuando esos arrebatos se llevan por delante también vidas de inocentes, tan inocentes como los nuestros. ¡Qué gran farsa e inmoralidad! ¿Dónde hunden sus raíces Al-Qaeda, Isis (Daech)  y otras variantes? Osama bin Laden fue bueno mientras fue útil para enfrentarse a los rusos en Afganitán, y a  Occidente cabe el honor de ser el inventor de las guerras “preventivas” diseñadas en el laboratorio de las Azores: Tony Blair y Hillary Clinton como Secretaria de Estado de los USA. que lideraron la guerra de Irak han reconocido que de aquel volcán son estas lavas; sólo Aznar sigue erre que erre sigue manteniendo que no hay por qué adentrase“ en desiertos remotos ni en montañas lejanas». Nuestras políticas de alianzas permiten que Irán sufra bloqueo por sus posibles ensayos nucleares, pero Israel puede disfrutar con impunidad de la bomba atómica. El Estado Sionista se puede pasar por el arco de triunfo las disposiciones de la ONU (asentamientos, bloqueo, bombardeos genocidas…) haciendo de Palestina un verdadero campo de concentración. ¿Por qué se ha  bloqueado a Cuba y se le deja a Israel campar sin ley por los Altos del Golán, Cisjordania y Gaza? Porque tanto los Demócratas como los Republicanos necesitan de los dólares del Lobby judío para financiar las campañas que los han de llevar a la Casa Blanca. Y detrás de los EE.UU. va Europa como manso cordero.

Los lodos que enfangan Siria o el norte de África vienen de los polvos salidos del Golfo Pérsico: los emiratos árabes (incluyendo Arabia Saudita), estimulan en las escuelas las leyes islámicas más radicales, practican una dictadura confesional que erradica toda discrepancia o práctica infiel: la discriminación de la mujer llega al extremo  de tener prohibido conducir un coche y la homosexualidad es causa de pena de muerte. Mucha parece ser la responsabilidad de estas monarquías en la provisión de financiación de estos movimientos con aportaciones directas, además del ocultamiento cuando no la gestión de los turbios manejos de las trasferencias y el abastecimiento de fondos de reptiles que desembocan en las cloacas de la siria Al Raq y sus sucursales. Pero nada de esto es suficiente para exigir una investigación internacional y si necesario fuera romper las relaciones diplomáticas y comerciales. Sabedores nuestros gobiernos de las tragaderas de la ciudadanía no tienen empacho en darnos ruedas de molino por comunión: esta tolerancia y permisividad es por razones de Estado, por exigencias de la geoestrategia, por el bien de nuestras empresas, por la imperiosa necesidad de suministros energéticos… Las casas reales europeas gozan de buena sintonía con los sultanes golferos, esos países son un excelente mercado para nuestras industrias armamentísticas, sus patrocinios financian los equipos de fútbol de más campanillas de Europa que lucen en sus camisetas, sin ningún sonrojo, los logos de Qatar, Emirates, Kuwait…¿Por qué a la vez que invertimos dineros y energías en seguir y perseguir estos comandos terroristas, no dedicamos un plus en investigar quiénes son los clientes del mercado negro de petróleo que controla el Estado Islámico?  Tal vez nos encontráramos más de una sorpresa vergonzante. Busquemos y amarremos a quienes tienen la PARRILLA POR EL MANGO,  en vez de ensañarnos con los pobres diablos que ponen todas sus carnes en el asador.  A ver si una vez por todas dejamos de andarnos por las ramas, nos caemos del guindo y vamos a la cabeza.

Los gobiernos xenófobos de Hungría, Eslovaquia y Polonia, y la aspirante Marie Le Pein en Francia acusan a la inmigración musulmana y a los refugiados huidos de países islámicos de ser el origen y causa del terrorismo que azota nuestras sociedades. Pero también muchos políticos y politólogos de otros países europeos  extienden una manta de sospecha y desconfianza sobre estas poblaciones: casi  todo lo musulmán huele a yihadismo, a antioccidentalismo, a enfrentamiento más o menos soterrado. Y digo “casi todo” porque acogemos con gran satisfacción al jequerío que hace impúdica ostentación de sus riquezas y peculiares costumbres en el paraíso marbellí o en los idílicos recodos de la Costa Azul. Y es que hay seguidores de Mahoma  de caché y alta alcurnia dignos de tolerancia y respeto por la gracia más que de Alá de los petrodólares. Pero la gran mayoría de sus creyentes en virtud de su pobreza, desarraigo y marginalidad son merecedores de sospecha si no de criminalización. Poco importa que estas gentes griten “No en mi nombre” (Not in my name). Su palabra poco vale para nuestro complejo de superioridad. Su inocencia no se le supone, se le exige ser demostrada. Es posible que sea necesario frenar incluso por las armas el poder destructor de estas facciones que están matando despiadadamente a sus gentes, pero a la vez y sobre todo hay que acabar con las injusticias que sumen en la desesperación a tantos seres humanos. Tenemos que ser intolerantes con los fanáticos pero  también con los violadores de los derechos  humanos, caiga quien caiga, sin atenuantes de conveniencia o de intereses creados. Las bombas de Alepo acaban con vidas  tan dignas e inocentes como las de quienes estaban en el Stade de France o la sala de conciertos Bataclan. Sus muertos tienen que dolernos tanto como los nuestros. Los huidos de los infiernos yihadistas no pueden ser tratados como “especie invasiva”. Y no olvidemos que la desesperación es terreno abonado para los despropósitos, las rebeliones descontroladas y la autoafirmación de los ninguneados, cosecha que aprovechan los iluminados de turno.

A  la sombra de los acontecimientos vividos algunos se plantean un dilema sobre los motivos de quienes empuñan el  arma o activan las bombas: ¿nos atacan por lo que hacemos o por lo que somos? Tanto si es por una sinrazón o por la otra, deberíamos analizar la una y la otra, porque tampoco nosotros somos “trigo limpio”, Monseñor Cañizares. Seamos justos y precavidos.  No nos rasguemos pues las vestiduras porque si lo hacemos seguramente nos quedarán al descubierto las vergüenzas.