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SI SÓCRATES LEVANTARA LA CABEZA

junio de 2016

NOTA PREVIA:  Las frases en negrita son expresiones del sabio presocrático Mariano Rajoy, tal como fueron emitidas en su mayoría, y algunas adaptadas al contexto del Diálogo. Pido perdón por el atrevimiento de remedar a Platón. La ignorancia siempre fue atrevida.

 

I) EL AGORA

Me vienen a las mentes aquellos tiempos atenienses (¡ay Grecia de mis amores y desgarros!): Sócrates paseando por el Ágora o Aristóteles deambulando por los jardines del templo de Apolo. Las escalinatas y los bancos del  paseo estaban repletos de interesados ciudadanos, podemitas, líberos desocupados, metecos (empeñados la gran mayoría en sobrevivir y alguno más osado en prosperar) y mancebos de buen ver que exhibían las últimas tendencias de Creta, las mejores púrpuras de Tiro  o los modelos exclusivos persas. Poco a poco se iban formando  los corrillos peripatéticos  nutridos sobre todo de jóvenes, flor, nata y esperanza de la Polis, dotados de una inteligencia vivaz, moderados unos, rompedores otros, pero todos ansiosos de saber. Un gran aplauso celebró la llegada de Lucídides.

Dionisodoro que era un adicto a los perfumes del Peloponeso se acercó al maestro académico y le planteó toda una sarta de dudas, temores, hipótesis, sospechas e incluso alguna intuición

-Dime Luci (se hablaban muy familiarmente) ¿las cosas son lo que son o lo que aparentan ser?¿Vemos las cosas o tan sólo percibimos las sombras que proyectan en el fondo de la caverna?¿Es cierto que tan solo UNA vez podemos ver el mismo río?

-Dionis –respondió Lucídides- veo que agitas en exceso tus neuronas: te recomiendo más parsimonia y lentitud. Observa y analiza: si tú una y mil veces, en sitios y momentos distintos compruebas ante un vaso que aquello es un vaso, es que no hay más tutía (la plebe dice “cojones”), diga lo que quiera Agamenón o su porquero. Si haces el experimento con un plato  y siempre y en todo lugar identificas un plato, es que aquello es un plato. En consecuencia te quedará clara una cosa  como verdad incontestable: “un vaso es un vaso y un plato es un plato«.

¿Recomiendas -intervino Eutimio  (el bromista)- dejar que corra el agua ya que el río es muy suyo, y que pase el tiempo porque Kronos  tiene sus designios inexorables?

Así es y así lo practico y no me ha ido tan mal en la vida.

– Pero si así hacemos –replicó el discípulo- los exquisitos platos del convite de Platón o las frutas venidas de Mesopotamia  con el tiempo se pudren y esa trasformación los hace  perecederos además de indigestos y venenosos.

Creo fundada –añadió  Critias- la opinión de Eutimio según la cual las cosas devienen hacia su descomposición si no las tratamos y aprovechamos a su tiempo. Por eso debemos exigir a los gobernantes que intervengan para que siga siendo una verdad permanente que Atenas siempre fue Atenas (según  los íberos “Valencia siempre fue Valencia”).

Lucídides  se recolocó el manto (los neocon lo denominan imation) y mirando a la lejanía, acariciando su barba plateada dejó caer pausadamente mientras dibujaba en su rostro una sonrisa sardónica:

-Bellos efebos que lleváis bajo vuestras clámides junto con la impaciencia propia de la edad  la semilla venenosa de Sócrates: en verdad, en verdad os digo que el tiempo lo cura todo.

¿Apuntas –intervino Querefón- que  la mejor decisión es no tomar ninguna decisión?

-Tu bien dices: eso es también una decisión.

¿Y qué momento es el mejor –preguntó Pólux- para  tomar la decisión de no tomar ninguna decisión?

Las decisiones se toman en el momento de tomarse –sentenció  el aristocrático profesor.

-¿No te parece, Lucídides – dijo Filebón moviendo la cabeza de un lado para otro- que te has metido en el jardín de la sabiduría como en huerto de tu casa y que se te ha ido el ánfora como cuando hablaste de los eupátridas (alcaides para la gente de colonias)?

-Estás hablando,  didackos (léase profe) -apostilló Cármides- como se explican los sofistas que caen  en contradicciones: si la mejor decisión es no tomar ninguna decisión por qué tomamos la mala decisión de tomar  la decisión de no tomar ninguna decisión?

Puso cara seria Lucídides y un tic nervioso a modo de guiño  reestructuró su cara. Finalmente trabuqueando, trabuqueando repuso:

-Eso de los alcaides ha de regirse por el número de tablillas que cada aristócrata consigue en la asamblea ciudadana de la polis de acuerdo con las leyes que los aristócratas se han dado para que voten los ciudadanos de entre los aristócratas que quieren los aristócratas. (1) Y la segunda ya tal.

Se hizo un largo silencio. Los jóvenes atenienses se miraron unos a otros intercambiando entre sí sonrisas maliciosas. Finalmente Fidias abortó aquella situación embarazosa:

-¿Opinas Lucídides  que para el bien de la polis no es lo mismo que gobierne uno que gobierne otro?

-Ciertamente, no es lo mismo. Dicho de otra forma , es muy distinto, muy diferente.

Poco a poco el Ágora se fue despoblando, los comerciantes fueron retirando de los soportales de la stoa las paradas. EL sol caía a plomo sobre Atenas. Uno a uno los jóvenes de la academia de Lucídides se fueron despidiendo del maestro que acompañado de su esclavo se dirigió a Dípilon. Seguramente a esas horas solares sus esclavos tendrían ya preparada una comida frugal como convenía a una vida de recto proceder.

(1)   En castellano hay un dicho que goza de mucha popularidad que podría ser la traducción de este texto griego:  Es el vecino el que elige al alcalde y es el alcalde el que quiere que sean los vecinos el alcalde (Marianico el Corto: Memorias de un cuatrienio)

 

 

II) DE LOS OCIOS Y NEGOCIOS

Del Pireo llegaba un fuerte olor a algas. Clarímedes, sumido en sus pensamientos, ascendía lentamente por aquel laberinto de callejuelas que conducían a la acrópolis. El sol primero cubría de una pátina dorada el templo de la Diosa. Cuando llegó al ágora los comerciantes habían montado ya sus paradas: alfombras de Persia, velos multicolores de sedas chinas, toda clase de papiros  de las tierras del Nilo, salazones de Gades, los mejores trigos de la Magna Grecia, liras de Cleofonte, púrpuras de Tiro…Los jóvenes más mañaneros formaban los primeros círculos de las academias más reconocidas de Atenas. Varios de sus mejores alumnos ya habían llegado. Le llamó la atención ver que entre ellos  estaba Jenofonte.

-Yasu, didakos (pura pedantería porque podía haber escrito “hola, profe”)

-Kalímera (“buenos días” en cheli romance). ¡Oh Jenofonte!. Hace dos meses que te hemos perdido de vista. ¿Acaso los dioses te han castigado con alguna desgracia?

-No Clarímedes. He hecho un largo viaje hasta Emporion (a día de hoy Ampurias).

-Por tu buen aspecto –intervino Critón- tanto Poseidón como Eolo te han sido favorables.

-Así fue. Tuve una plácida travesía hasta el extremo del Mesogeios Thalassa. ¿Sabéis que en la Magna Grecia lo llaman Mare Nostrum? (Si llega a saber que acabaría por ser “Mediterráneo”…)

-¿Y qué viste allí?-preguntó Lisímaco-¿ Te pareció que aquello era el emporio que tan legendario se ha hecho?

-Me gusta Emporion. Me gustan sus gentes, su carácter abierto, su laboriosidad, son emprendedores, hacen cosas, exportan, crean trabajo, la gente cumple, me gustan los layetanos ( “polacos” según la versión madrileña).

-¿Crees pues –insistió nuevamente Pausanias- que es una colonia tan próspera como dicen nuestros comerciantes?

-Cierto Pausanias. Tanto los griegos como los íberos allí llamados layetanos,  todos y cada uno te dirán: Quiero decir sí a los chiringuitos. Nos gustan los chiringuitos. Queremos los chiringuitos. Forman parte de nuestro ser y mientras Emporion exista, habrá chiringuitos.

-Veo que vienes prendado de los íberos –opinó Tucídides.

-Los layetanos, amigo mío, son muy layetanos y mucho layetanos.

Jenofonte, tú que eres hombre muy viajado –lisonjeó Trasímaco a su buen amigo- es cierto que en todo el mundo conocido ocurre que por las vías  tienen que ir carros  y de los puertos tienen que salir naves?

¿Has visto tú alguna vez las cuadrigas circulando sobre las aguas y a las naos atracar en el Ágora? (carcajada académica)

-Volviendo al tema que nos ocupaba, ¿qué opinas Lucídides del comercio de nuestra polis?

-Creo que la felicidad no se alimenta de copiosos y exóticos alimentos y la paz del espíritu zozobra entre al maremágnum de tantas cosas y la riqueza del hombre no se mide por los lujos de los que hace ostentación. A veces estamos pensando siempre en lo material, y al final los seres humanos somos sobre todo personas.

-Entiendo Clarímedes que no podemos gastar más de lo que tenemos porque entonces tenemos que pedirlo prestado –apostilló Otésipo- Vivir por encima de nuestras posibilidades nos puede producir una angustia que no se compadece con la felicidad. Pero satisfacer los deseos es placentero, y satisfaciendo tus deseos favoreces que los comerciantes tengan dracmas suficientes como para complacer los suyos.

-Así es  -confirmó Filebón-Por eso Atenas sembró de colonias las tierras más allá del Egeo. Exportar es positivo porque vendes lo que produces.

-Vuestros argumentos encierran un gran sofisma –sentenció el maestro-. Todo es falso salvo alguna cosa. No es cierto que el neg-ocio sea un bien que cura los males del ocio. El ocio nos permite gozar del arte, practicar el ejercicio, filosofar, disfrutar del placer de la conversación…  Sólo los esclavos no pueden dedicarse al ocio. Tan sólo debemos, pues, abandonar el ocio para procurarnos lo estrictamente necesario para tener una vida digna.

Agatón asintió con la cabeza y repasando con la mirada la raída vestimenta del maestro, musitó:

Its very dificult todo eso.

-Clarímedes, tú defiendes la sobriedad y la poda de los deseos de modo que reduciendo las necesidades ampliamos las posibilidades de la felicidad. ¿Qué opinas del aristocrático Alcibíades de Agrigento que encarcelado por orden del Consejo  demanda a los heliastas (digamos jueces) tres mil quinientos dracmas al mes  para cubrir sus necesidades mínimas?¡¡ Venga,  toma ya democracia!!

Clarímedes sonrió burlonamente:

-Si yo gastara esos caudales en un año , sería pasto de turbaciones que minarían mi felicidad.

¡Viva el vino! –apuntilló Teetetes produciendo a su alrededor una tal carcajada que todos los círculos se giraron a ver qué pasaba en la academia de Clarímedes.

El sol apretaba sobre la planicie del Ágora y los templos de la Acrópolis revestidos del mármol pentélico reverberaban una luz cegadora.

-Vayamos hacia los jardines de las Nereidas y compartamos y debatamos  nuestros razonamientos  con los peripatéticos que deambulan entre las fuentes a la sombra refrescantes de los árboles.

Y así fue hasta que el dios Apolo alzó su cetro justo en lo más alto del cielo.

 

 

III) DE LA IRONÍA Y LA SERIEDAD

Hoy la academia de Clarímedes se reunía en la palestra. Desde primeras horas el recinto era un hervidero  de bellos adolescentes, de poetas que acompañaban sus versos con los sones de las cítaras, venerables  ancianos que mostraban  la maestría del  arte de discutir en la búsqueda de la verdad o en la habilidad de reducir al absurdo la opinión del contrincante. El primero en llegar fue Filebo que portaba unas cuantas tablillas donde se recogían algunas de las más leídas y comentadas genialidades de Diógenes. Los primeros rayos de sol iluminaban la estatua de Heracles. Pronto divisó al maestro que discutía encendidamente con sus jóvenes académicos mientras subía por la calle Sintagma.

-Que Atenea os proteja con su égida –saludó Filebo. Veo que venís en animada conversación.

-Que Apolo te sea favorable –respondió Clarímedes.

-Preguntábale yo –intervino Hipias- si algo que no es cosa menor  se puede decir de ello que es cosa mayor.

-Esa consideración encierra falsedad porque entre lo menor y lo mayor existe lo mediano.

-¿Qué opinas entonces -interpuso Filebo mostrando una tablilla- de la respuesta que dio Diógenes cuando fue preguntado sobre la terracota corintia: “La cerámica de Corinto no es cosa menor, dicho de otra manera es cosa mayor?(fin de la cita)

-Sepas, Filebo, que , como lo recordarán los sabios venideros, cada uno es cada uno y tiene su cadaunada.

-¿Cuando el “Cínico” decía “después del año 14 viene el 15”, bromeaba encasquillado en su tonel o criticaba la estupidez de los ciudadanos? –preguntó maliciosamente Nicias.

-Sin duda acertó más que la pitonisa de Delfos.

–Intuyo Clarímedes que eres crítico con los oráculos–sugirió Glaucón con un rictus picarón-. Mi padre afirma “voy a morir dentro de muchísimos años” fiándose en los augurios de la pitonisa ¿ es un necio o debe ser loado por su fe en los dioses?

¿Las dudas de Glaucón –criticó Alcibíades- no desdoran la magnificencia délfica?

-¿Y la espartana? –carcajeó Clarímedes.

-Genial, maestro –aplaudió Nicias-. Yo tengo la respuesta: Esparta tiene  espartanos.

-Ya que hablamos de Esparta, ¿qué opináis del mensaje de un emisario que dice venir de allí con la nueva de que la noticia de mañana va a ser la que vamos a conocer en el día de mañana? -bromeó Carmides.

Agatón que era hombre serio en demasía quiso volver a los caminos rigurosos de la sabiduría:

-Crees Clarímedes que el universo tiene una explicación  como pretende Parménides o esto es como el agua que cae del cielo sin que sepamos por qué.

-Veo Agaton que tienes cierta fijación con la lluvia y que más de una vez escondes la confusión bajo la excusa de que está lloviendo mucho. No creas que lo único serio al final en la vida es ser serio. También la ironía de Diógenes o el descaro de Aristófanes son sabiduría.

Según eso, ¿ cuál es a tu entender –inquirió Plutarco- el equilibrio entre la razón y el sentimiento?

– Somos sentimientos y tenemos seres humanos.

-Entonces si todos los ciudadanos de Atenas somos iguales –terció Melesias- ¿es bueno, justo y necesario que nos ayudemos en las necesidades y compartamos la riqueza de la sabiduría?

-Dicen algunos –apostilló Nicias- que una cosa es ser solidario y otra es ser solidario a cambio de nada.

-¿Y si yo te dijera que lo más importante que se puede hacer por vosotros es lo que vosotros podéis hacer por vosotros?

-¿Es eso,didakos estimado, una ironía o una crítica de la estupidez humana? –dijo Arístides guiñando el ojo.

Clarímedes aparentó desánimo y cansancio:

No he dormido nada, no me preguntéis mucho.

Aunque el carro de Apolo aún no había llegado al zénit del firmamento los jóvenes se despidieron del maestro  con signos de respeto y veneración. Clarímedes por primera vez en su vida sintió un peso extraño sobre sus espaldas. Lentamente y pensativo se dirigió al Ágora aunque muy bien no sabía por qué y para qué.