Tradiciones > LA HILA - La Virgen de la Velilla

Cuenta la tradición, en ocasiones apoyada por documentos archivados en la catedral de León, que desde los inicios de la Reconquista los valles de la Montaña Oriental estuvieron poblados y para su defensa los condes de Aquilare, amigos y emparentados con los reyes leoneses , construyeron un castillo situado en lugar bastante inaccesible. El topónimo de este lugar, fácilmente reconocible por los restos de la fortaleza, da fe de su pasado: las gentes de la comarca lo denominan «El Castillón». A escasa distancia se encuentra la cueva en la que se supone que habitó el monje eremita San Guillermo. Unas ruinas existentes en el lugar son el único testimonio conservado de la ermita erigida en memoria del santo leonés. Hoy en día hay rutas de senderismo por Peñacorada (en las proximidades de Fuentes) que se denominan “ruta de los castillos” y “de San Guillermo”.
Tanto este monje huido del “terror sarraceno” que invadía las tierras mesetarias, como sus muchos seguidores atraídos por la fama de su santidad, se congregaban en una pequeña capilla tal vez construida en época visigoda dedicada a la Virgen de los Valles, entonces conocida como “Santa María de Vallulis” .Hay documentos de 1191 que testimonian la existencia de esta ermita.
Tiempo después se pierden los rastros histórico-monumentales y, como en tantos otros casos, nace la leyenda que intenta explicar lo desconocido, lo misterioso, lo maravilloso, creando un vínculo entre pasado desconocido y presente vivido, cordón umbilical en el que se mezclan fantasía y realidad: la Virgen de la Velilla será, pues, la antigua Santa María de Vallulis.
La leyenda lo narra así. En el año 1470 el hidalgo Diego de Prado se disponía a desmontar un trozo de muro que se encontraba oculto por toda una maraña de ortigas y zarzas en una de sus fincas. Lo que él no podía ni imaginarse era que aquella pared había formado parte de los muros de la ermita de la Virgen de los Valles. Enfrascado en sus trabajos de derribo, Diego de Prado fue sorprendido por un fenómeno singular: de una de las rendijas abiertas por el azadón brotó una luz cegadora. Asombrado y perplejo prosiguió su trabajo siempre guiado por los destellos de aquel resplandor.¡ Cuál fue su asombro al descubrir finalmente la imagen de la Virgen! Se la llevó a su casa y grande fue el alborozo de su mujer María Díaz. Durante una larga temporada el hidalgo no contó a nadie lo ocurrido y ocultó la imagen en el hórreo de casa donde le construyó un altar. Pero a partir de aquel momento Diego de Prado empezó a perder toda su riqueza, animales, e hijos. Su mujer también enfermó y estaba tan grave que Diego se acordó de la imagen e hizo el voto de hacer una Ermita en el mismo sitio donde había aparecido la imagen si su mujer mejoraba. Y así fue. En cumplimiento de la promesa se construyó una pequeña ermita de piedra seca, rematada con cubierta de paja a la que se trasladó la vieja imagen de la Virgen que ya desde entonces fue conocida con el nombre de Virgen de la Velilla. A partir de aquel momento el noble hidalgo, tranquilizada ya su conciencia, vivió feliz. Por eso las gentes de la comarca lo recordarán siempre como “Diego el Dichoso”. Esta visión idílica del “señor de Renedo” no parece concordar con el retrato histórico del linaje de los Prado: hombres déspotas, duros y exigentes hasta la crueldad: no olvidemos que el valle del Tuéjar se le conocía como “El Valle del Hambre”.

Redacción de Jacinto Prada