Ventana abierta > PINCELADAS POETICAS

DEDICATORIA

Para EL HOMBRE DE LA TIERRA MIA, enterizo como poema de un solo verso, para vosotros varones y hembras de tez morena, casi negra de tanto sol y tanta lucha y postguerra santa: vosotros machos bragados cubiertos de pellejo con viruelas de carbón, vosotras matronas montaraces que lleváis en vuestras mamas y en el refugio pequeño del delantal puñados calientes de futuro, para vosotros amigos-hermanos-mi raza-entera, amanece mi palabra, y en la piedra robusta de la CARNE VUESTRA bautizo mis canciones.

 

 

LOS MINEROS
Dos gotas de sudor,
un olor a música de picas,
el dolor de un hachazo…
Después toda la tarde se hizo senda
y la vereda, un jadeo.
Siempre los mismos pasos:
la piedra negra y dormida del arroyo,
los espinos del atajo,
las ranas allá en el Soto…
Todas las cosas iguales;
y sin tiempo en los relojes;
sólo las penas amanecen con el alba
y muere la esperanza
al chirriar el clavijo en el postigo.
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Y la rueda girará y girará como antaño
y como hoy:
desflorarán la mañana todas las puertas del pueblo,
habrá besos recientes en las mochilas de siempre,
y una alegría muy grande en cada bota.
Y una vez más los pasos y las risas
y los sueños
y las dudas y los miedos
buscarán al sol tras la Majada.
Cuando ardan los troncos primeros en la lumbre
y las viejas chimeneas descorchen la madrugada,
anidarán los presagios en las tocas,
las mozas ceñirán sus sienes con temores
y estrujará la congoja los pechos de la esposa.
Habrá mañana y tarde,
más gozo, más angustia y más espera;
cada día más arrugas en la frente
y las rodillas más flacas.

Tal vez una tarde
se borren todas las sendas…
y una puerta no salude a la mañana:
en el pozo se amasaron
sangre, sudor y lodo.

 

EL ABUELO
Escondiste tantas veces tu alegría de chiquillo
En el regazo del majuelo,
A la espera de alguien que no viene y se deshiela
Con el arrebol del alba.
Así amasaste tus días tan tempranos:
Apoyada la cabeza en el terruño,
El cuerpo contenido entre los surcos,
Y la luna, nodriza singular,
Acunando tu creciente pequeñez acurrucada
Con canciones nunca oídas.

Al destetar tus ojos de la tierra
conociste la vida partida en dos mitades:
la carne que se seca y es del fuego
y la carne que florece
para honra de la raza.
Y fuiste un hombre,
caminaste erguido
con la verdad brincándote en los labios
y el pecho estremecido
como jaula de jilgueros.

Porque destilaste el licor más añejo
en la sed y la angustia de los tuyos,
tornamos hoy
nuestra voz y nuestros besos a tu viejo palomar.
Porque tuviste siempre
callos en las manos
y sudor en las axilas
y un no sé qué por el alma,
sentirás al llegar la atardecida,
que mi canto se encarama
a tu añoso tronco venerable.
Una furia golpeó tus sienes
con la brutal sacudida
del candado en la cadena,
esta pesada cadena en que anillas tu eslabón.
Gritaste tu pobreza y la pobreza de tu gente,
la hermosura de tus miembros deformados,
la aspereza de tu cuerpo ennegrecido,
la impotencia de los sueños,
el color del hambre y de la sangre,
el perfil de la esperanza.
Y te pusiste en pie, encabritado,
y corriste a la montaña,
y cargaste la lumbre de tus ojos
en el polvo y en el plomo,
y nunca fue bastante a detenerte
el dolor del leño joven
al arrancar la corteza que lo ciñe
y el retoño que lo alegra.
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ENCINA DE LA SIERRA
Fuiste pronunciada
por los labios agrestes de la Sierra,
como un empeño imposible,
como un vagido
acosado por el zodiaco total.

Empujaste tu existencia hacia dentro,
hasta el centro
denso y tenso.

Todos creyeron tu muerte:
el humus, el agua y el sol;
el viento que te sembrara -¡también!-
olvidó tu nombre.

Era tu carne nervio
y nervio tu mirada verde-cenicienta,,
y tu cuerpo se apretaba, se ceñía, se abreviaba
como un beso puro nervio,
atadura de dos nervios.

Desjarretó el invierno la peña.
Intrusa sobre puntillas
condensaste entre las grietas
tus sueños inacabables de nidos y de palomas.

La noche desnuda
se bañaba entre las cosas
a luna partida,
a silencios ciegas.
Hubo un vacío en el tiempo:
curvaste tus arcos…
Después
todo fue un rechinar de quebrantamientos.

Al contemplar hoy tu tronco noble y robusto
y tu garra ensangrentada,
he pensado en mi estatura,
la que mido hacia dentro.
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A Licinio, buen amigo, Juglar de las Arrimadas
Nadie como tú ha llegado
a la raíz y la historia
de este Lugar y su gente
con tus crónicas y trovas.
Es este tomillo agreste
agazapado en las lomas
de nuestro Canto Joruca,
y las ajabuchas rojas
y el orégano en la Sierra
y los berros en Huntoria,
son los jilgueros que cantan
en bardales y rebollas
y los tordos de los Valles,
los lagartos, la raposa,
las meatas de la Iglesia
y los lobos que impresionan,
es la calma de estos montes,
es el temblor de las hojas,
es el susurro y silencio
que embriagan aquí las horas,
son todos ellos, amigo,
los alfareros que forman
tus sueños y tus nostalgias
cuando te encuentras a solas
¿Y qué decir de tu alma
sencilla como paloma?
Fiel en tu fe, en tus creencias,
devoto de la Señora,
sembrador de buena nueva,
llevas siempre en tus alforjas
la sonrisa y la palabra
que necesita el que llora.
Porque amas cada terruño,
cada piedra, cada cosa,
porque estas pardas encinas,
centenarias, te emocionan,
porque a tu alma de niño
le estremecen los aromas
que nacen en los canteros
y los recuerdos que brotan
con el agua, a borbotones,
de las fuentes de tu memoria…
Porque tú, Licinio humilde,
eres como son las rocas,
firme y duro, como el roble,
y tierno como las rosas,
hombre entero y verdadero,
te dedicamos ahora
estas palabras sencillas
que quieren ser una copla.
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