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LA SALUD DE LA POLIS

agosto de 2017

Pasamos bajo l’Arc  de Triomf. Hacía muy poco tiempo que las farolas de la modernidad habían dejado de proyectar su luz sobre el paseo. Los primeros rayos de sol iluminaban ya los pináculos del Palau de Justícia acariciando dulcemente el rostro de la diosa Themis, “la del buen consejo”. Me acompañaban además de mi inseparable amigo Glaucón, Cristóbulo, Aznarígenes, Riberí-maco , Icetón e Iglesianto, todos ellos interesados (así me lo mostraron) por conocer mis razonamientos no sé si para intentar llegar a la sabiduría o más bien por urdir aseñanzas  contra los argumentados principios que me llevan a discernir lo que es la justicia y el bien-estar, que son como  los pies que nos pueden y deben conducir a la felicidad.

-Qué médico yerra más, Sócrates,–preguntó Aznarígenes-  el que aplica preventivos y remedios inadecuados a la salud del enfermo o el que por miedo a equivocarse o indolencia manifiesta deja que el cuerpo se degrade aumentando las dolencias o incluso abocándolo a un fatal desenlace?

-¿Crees que todos aquellos que dicen entender de la ciencia de Esculapio son dignos de la Academia de Hipócrates?

-No, por Zeus, -atajó Iglesianto-. Desgraciadamente nuestra república cuenta con una caterva de falsos curanderos que desconocen las propiedades de las hierbas y el funcionamiento y concierto de los órganos del cuerpo. Aprovechándose de la credulidad de los ciudadanos aplican remedios inútiles, peligroso o nocivos.

-Pero siempre –replicó Cristóbulo- pueden acudir a otro galeno  si no encuentran mejoría en su enfermedad.

-Cierto –intervino Sócrates-. Pero olvidas que muchos son los que debido a estos comportamientos engañosos se han visto abocados  fatalmente a una muerte dolorosa. Otros persisten en los tratamientos porque les inducen la creencia de que sólo con el tiempo los fármacos aliviarán sus dolencias e incluso si los dioses son benignos podrán volver a disfrutar de una vida placentera.

-Has de añadir Sócrates –dijo Icetón- que otros muchos, dada la escasez de sus bienes, no pueden desandar el camino de su desventura para iniciar con un nuevo guía la vereda de la curación.

-Antes has hablado de la complacencia de los dioses –intervino Riberí-maco-. Si todo lo que el Cosmos contiene se rige por sus leyes ,si es en el Olimpo donde se escribe la historia futura de los hombres, ¿no debe el hombre con-formarse con lo que los dioses tienen dispuesto teniendo a bien lo que la vida le depara?

-Razonas bien Riberí-maco. Sólo en la compostura encontrará el hombre la felicidad. Pero este acomodo que es fruto de la razón no puede conducir a la fatalidad. ¿ Son los hombres tan sólo las máscaras tras las cuales  los dioses ocultan y manifiestan sus designios? Merece ser reprobada la máscara por las palabras que pronuncia el personaje? Si los hombres cumplen inexorablemente los dictámenes divinos ¿cómo podemos discernir entre hombre justo e injusto si obligadamente los dos obran por designio de lo alto? ¿Crees no obstante, Aznarígenes, que existe la justicia y la injusticia?

-Sin duda. Justo es el que respeta lo que cada uno tiene y acata lo que los magistrados dictaminan .

-Pero olvidas –repuso Iglesianto- que algunos tienen bienes indebidos amasados con astucia, alevosía o violencia. Respecto a las leyes y los magistrados me gustaría saber qué opinión tienes, Sócrates.

-Opino que vamos demasiado rápido sin habernos pertrechado para el largo viaje que supone la búsqueda de la verdad. Comencemos por ver si los guardianes de la república son los mejores y más capacitados pilotos para gobernar la nave del bien común. ¿Creéis que son verdaderos sabios o más bien charlatanes?¿Son buenos médicos que saben recetar los oportunos ungüentos o tisanas y cauterizar las heridas o más bien son curanderos que se sirven de encantamientos y cataplasmas inútiles para los males del cuerpo de la polis?

Cristóbulo, acompañando sus palabras con gesto burlón harto amanerado  terció vehementemente:

– Conozco tu opinión, Sócrates en defensa de que sean los filósofos quienes nos gobiernen-. Pero creo más ventajoso y apropiado que dirija los asuntos de la República quien ha demostrado la buena gobernanza de sus negocios y por haber colmado sus deseos de riqueza puede atender con desinterés  al manejo de la cosa pública.

-Es un error frecuente en nuestro tiempo ya sea por ignorancia o por malignidad  no aplicar el   entendimiento para distinguir las diferentes especies de negociados. Quien administra su hacienda atiende únicamente a los intereses de su riqueza proponiéndose crecer más en ella y así alcanzar lo que sus deseos le solicitan.

-Cierto es –aseveró Iglesianto-. No cabe en el dictamen del hacendado consideraciones sobre el perjuicio  ajeno en la consecución  de sus propósitos. Si compra y vende con grandes ventajas es porque engaña o induce sagazmente a la otra parte a dejarse guiar por el juicio de los ojos y no por el de la mente.

-Añado yo –apostilló Icetón pretendiendo menguar la ingeniosidad  de las palabras de Iglesianto-  que es la riqueza como un caudal que se distribuye por los  vasos ciudadanos: sólo puede subir en unos si desciende el nivel en los otros. Tengo grandes dudas para dilucidar  si el régimen de estas operaciones es voluntad de los dioses o artimañas del hombre injusto que se someterá a los juicios divinos tan sólo cuando llegue al reino de Hades.

-Mal asunto es mezclar las cosas de los hombres con el gobierno de los dioses como anteriormente referí- sentenció Sócrates. Aceptaréis de buen grado mi opinión  de que conducen el carro del Estado gran número de aurigas que desconocen peligrosamente el manejode las riendas y no están avezados en las artes de la conducción. ¿Podrá ser digna de encomio una ánfora que sale del torno de un mal artesano? ¿Podrán ser, igualmente, merecedoras de alabanza y respeto las leyes aprobadas por unos magistrados ineptos y en muchos casos imbuidos de espíritu bastardo?

Aznarígenes con ánimo encendido y con gran vehemencia replicó:

-Estás poniendo en riesgo los fundamentos de la república  y podrías ser acusado de corromper a la juventud con tus ideas contagiosas.

-Añado más –se adelantó Riberí-maco-. Debemos colocar tus palabras en el rango de la rebelión y la sedición. ¿Sabes que este delito está castigado con la cicuta?

-Es mi firme propósito sembrar entre los jóvenes el razonamiento crítico de las leyes haciendo frente a los cultivadores de adoctrinamientos interesados y engañosos-Ni los vituperios harán girar mis pasos  ni las lisonjas o las adulaciones  me desviaran del camino recto de la sabiduría. Pero retomemos el discurso en la andadura en que nos movíamos: se desprende de vuestras afirmaciones que sois de la opinión de que todas las leyes son justas y deben ser obedecidas sin el examen de la razón.

-Pretendes echarnos una trampa, Sócrates –advirtió Cristóbulo con un atisbo de picardía. Con tus artes de preguntas y respuestas pretendes someternos a una dialéctica que nos conduzca inexorablemente  a reconocer contradicciones en nuestros argumentos. No daremos un paso sin saber muy bien a dónde quieres conducirnos.

-Y bien hacéis. Sólo con vuestra vigilancia y advertimientos  lograré caminar con paso firme y seguro por el camino de la verdad. Hemos convenido que hay guardianes de la República que merecen ser considerados como mercenarios de intereses privados más que como servidores del bien común. Pero en un punto quisiera que me aportarais claridad para que mi opinión  pudiera mudarse  en sabiduría. ¿Puede un rico saciar sus apetencias por acumular bienes?¿Los reclamos del lujo y la opulencia tienen un número contable y finito? Amando como todos amamos a nuestros familiares, deudos y amigos ¿no pretenderá ampliar hasta el día de su muerte los beneficiarios  de esta vida regalada y por consecuencia no cejará en su empeño de garantizar su cumplimiento?

-No te equivocas, Sócrates –asintió Iglesianto mientras de reojo percibía un cierto mohín displicente en la cara  Riberí-maco-. Por eso no debemos dejar en manos de los potentados los asuntos del Estado. Es nuestro deber defender con constancia y firmeza que el bien común se ve amenazado o al menos mermado por los intereses de la aristocracia que es egoísta y contraria  a que el bienestar circule por las venas que recorren todo el cuerpo ciudadano.

-Acertada es la semejanza con el cuerpo. Podemos convenir que hay órganos que nos merecen mayor consideración. Pero ¿ qué fruto podría producir la inteligencia de un artesano si no tuviera unas manos hábiles que contornearan el barro?¿Cómo podría el atleta alcanzar la gloria olímpica si sus piernas no fueran prestas y veloces?¿ Podría disfrutar de paz y alegría la mente si el estómago se viera afectado por indisposiciones y dolencias? ¿Se encontraría a gusto un cuerpo impedido o con dificultades para la imprescindible evacuación de líquidos o la defecación? A mi entender, sólo con la consonancia y el concierto afinado de las partes puede alcanzar el conjunto del organismo los goces del bienestar  con la total complacencia de los diferentes miembros.

-¿Entonces consideras razonable que si una parte del cuerpo por enfermedad o accidente descompone la armonía del conjunto debe ser amputada?- inquierió Aznarígenes.

-Comprendo la intención torcida de tu pregunta. Pero estudiemos detenidamente las exigencias de la anatomía. ¿No puede ocurrir que la enfermedad incurable de un miembro sea consecuencia de la ignorancia o inoperancia del médico que no ha corregido a tiempo los males de aquella parte? Es preciso aplicar el remedio adecuado en el tiempo oportuno para que el cuerpo disponga de todas sus facultades. Llegados al punto acordado ¿no convendría estudiar si el tal dictamen  es  fruto o no del desconocimiento y la dejadez del facultativo que diagnostica incurable lo que tiene remedio?

-Ya te has escapado por la tangente sin entrar en el círculo que nos ocupa.-recriminó Cristóbulo. ¿Conviene mutilar o no?

-Te come la impaciencia y olvidas cuál fue la pregunta  que me lanzó en los comienzos tu amigo Aznarímedes, pero de todos modos aceptemos la suerte de quienes por las malas prácticas de médicos incompetentes se ven perjudicados en una parte de su cuerpo. Cuando un organismo sea por infortunio o accidente no puede disponer de la utilidad de una de sus partes conviene antes de someterse a los riesgos de la amputación  procurar el auxilio del resto del cuerpo para suplir o paliar la inutilidad o perturbación de cualquiera de sus miembros.

-Y llegado el caso de que la indisposición de la parte pusiera en riesgo  la supervivencia del todo, ¿no sería  obligado prescindir del miembro enfermo? –insistió Aznarímedes.

-Creo por Zeus que no vas errado. No obstante me asaltan algunas incertidumbres que seguramente tu sagacidad me ayudará a despejar con buen discernimiento ¿No escudriñarías cuidadosamente  la prudencia y la sabiduría del médico en el arte de curar  antes de dar por buenos sus criterios, no se diera  el caso de ser más perjudicial y funesto el remedio que la enfermedad? ¿Te someterías con ánimo seguro a una amputación según el dictamen de un solo médico? ¿Te pondrías en las manos de un operador que no contara con instrumentos adecuados para hacer la disección cumplidamente?

-No estaría en mi sano juicio.

-Bien haces Sócrates recurriendo a la prudencia ante decisiones tan complicadas y de resultado incierto –puntualizó Iglesianto- Para definir con exactitud un poliedro preciso es observar con anterioridad desde diferentes puntos de vista todos los planos que lo componen .

-No puedo sino alabar tu pericia al recordarme los rigores de la geometría. Para más abundamiento conviene añadir que si se trata de un cuerpo real deberíamos someterlo a cambios diversos en el espacio y el tiempo así como  a mutaciones  de la luz para que nuestra mente pueda configurar ajustadamente qué elementos son mutables y cuáles le son propios de manera permanente, perfilando así la esencia del ser. Peligrosos y desajustados son los juicios que se precipitan sin reparar en las muchas y variadas incógnitas que conviene despejar para resolver con acierto el teorema de la vida de los hombres.

-¿Qué hay de cierto Sócrates  sobre los rumores de que según tu criterio debe de haber leyes que permitan poner fin a los días de aquellos ciudadanos de patente inutilidad o aquejados por dolencias permanentes e incurables, así como de aquellos ancianos que no pueden valerse por sí mismos ?

-Me parece, Cristóbulo, que ahora eres tú el que aparentando ingenuidad e interés en la indagación, estás tendiendo un lazo para que mis pies tropiecen y caigan en la trampa. Ya hemos hablado antes sobre el ajuste de los diagnósticos. Mi pensamiento es en todo contrario a las prácticas que vigen en Esparta. Los hombres han sido convocados a la vida por los dioses que se complacen en que sean libres en la gobernanza de sí mismos. Debe por tanto el Estado reconocer la libre disposición de los ciudadanos para decidir sobre el fin de sus padecimientos o expresar  su voluntad de retornar a los dioses el devenir de sus días. Deben velar los magistrados por la bienaventuranza de la vida y la dignidad de la muerte . ¿Sería prudente que el hilo de la vida pendiera de las manos de guardianes equivocados en el entendimiento del bien común  y parciales en el criterio de la utilidad de los ciudadanos ? Por lo que se refiere a la senectud, ¿se puede sin gran perjuicio rechazar la sabiduría acumulada por la abundosa y larga experiencia de los ancianos? Las muchas mutaciones de las que han sido testigos  pueden servir para atemperar la impaciencia de los jóvenes y prevenirlos frente a los enredos de los sofistas que dan por inmutables y esenciales las apariencias engañosas.¿ Puede haber más bello lazo que una a las generaciones que un anciano explicando las viejas leyendas a los infantes? Pero si el infortunio trastorna sus mentes seniles y hace de su cuerpo pasto de la degradación, ¿no sería más justo y noble que transitara dulcemente al reino de los lares? Sus hijos y amigos lo recordarían con rostro apacible y gesto sereno.

Cristóbulo, Aznarígenes y Riberí-maco se despidieron educadamente pero  sin poder ocultar cierta contrariedad en sus rostros. Icetón e Iglesianto con gran efusión y afecto  expresaron su complacencia por gozar de la compañía de Sócrates y su amigo algún tiempo más. El sol del mediodía acariciaba dulcemente la blanca imagen del “Desconsol”. Una brisa suave jugueteaba con la copa de los árboles. Al fondo  se erguía majestuoso el Parlament. Era la víspera de las Calendas Griegas.