<- Volver

NI QUITO NI PONGO REY

junio de 2014

Esto de la abdicación del rey Juan Carlos I ha provocado un sarpullido de lo más interesante. Desde la totalidad de una edición de La Razón hasta la cuarentena de páginas de El País se ha desatado una campaña de intoxicación masiva: la libertad se la debemos al rey que se ha dejado la piel y casi la vida por el pueblo español, la transición es obra maestra de su arte, la monarquía es la garantía de la democracia…El que lo ponga en tela de juicio es corto de mente, rojo indomable y montaraz, anarco antisistema o simple follonero. ¿Y si hacemos una ecografía de la historia?
He visto un documental que para enaltecer la figura de Juan Carlos presentaba la infancia casi nazarena del rey: nacido en el exilio romano, deportado a Portugal con los suyos… Más o menos como aquellas familias republicanas que en pleno invierno del 39 cruzaron los Pirineos camino de los campos de concentración. Con visión de hoy diríamos: trabajador despedido de su faena sin indemnización y obligado a la “movilidad exterior”. Como a mí las cuentas no me salen, ¿alguien podría explicarme cómo las estrecheces reales produjeron un patrimonio no despreciable que ha llegado hasta Juan Carlos vía bancos suizos? Porque “el oro de Moscú” no creo que fluyera por estos tubos volcánicos de tan oscuro recorrido. Llegados a Portugal, la familia sufre un desgarrón semejante al drama de los “niños de Rusia” o los niños robados: Juanito, aún adolescente, casi niño, por puro amor a España, deja a sus padres disidentes en Estoril y se traslada a la España de Franco como en régimen de orfanato. Ni a las plumas más aceradas he visto malgastar una gota de tinta en analizar este trauma familiar: un rey-padre, demócrata antifranquista, monárquico ortodoxo y por tanto defensor de la línea sucesoria, entrega a su hijo para ser formado por el Caudillo que lo había elegido para ser su sucesor. Desde Guzmán el Bueno no se había visto una cosa semejante. ¿Era este juego un servicio a España o era una maniobra para que todo quedara en casa? Si el franquismo sociológico triunfaba el hijo sería el rey por designios francamente testiculares, si se extinguía el régimen allí estaba el verdadero heredero de la casa real, antifranquista y demócrata de toda la vida esperando la llamada del pueblo desamparado. ¿Eran ciertas las disensiones entre padre e hijo o era paripé? El entonces príncipe declaró que nunca sería rey antes y por encima de su padre. La historia dice que Juan Carlos I fue coronado antes de que el Conde de Barcelona (se dice que obligado) abdicara en su hijo sus derechos sucesorios. Supo esperar a que “TODO estuviera atado y bien atado”.
En 1969 Juan Carlos es proclamado por las Cortes Españolas como sucesor del Generalísimo, tras jurar ante Dios y los Santos Evangelios lealtad a su Excelencia el Jefe del Estado y fidelidad a los Principios del Movimiento y demás Leyes Fundamentales del Reino. En 1975, en su coronación, volvió a renovar su juramento: «Juro por Dios y sobre los santos evangelios, cumplir y hacer cumplir las leyes fundamentales del reino y guardar lealtad a los principios que informan el Movimiento Nacional» ¿Era esto una simulación de lo que debería ser un juramento o un perjurio a diferido?
Cuando se nos dice y se nos redice machaconamente y con carácter perpetuo que el rey Juan Carlos es quien nos ha traído la democracia ¿qué se nos está filtrando sibilinamente? ¿Que los españoles ( el pueblo llano) no hubiéramos sido capaces de ganárnosla por propios méritos y que implantados en un infantilismo permanente y atávico a lo máximo a que podíamos aspirar era a poner los zapatos en el balcón esperando que en una Epifanía venida del cielo, un buen Rey Mago nos dejara la libertad? Razones históricas no faltaban para tener más de una duda: el dictador había muerto en la cama. No veo a la familia borbónica tan corta de luces como para no pensar que en la homologación con el resto de reinos democráticos radicaba su permanencia y continuidad histórica. Por mera razón de supervivencia había que llegar a una monarquía parlamentaria. El juego de la reimplantación borbónica estaba en saltar adecuadamente por encima de la legalidad y legitimidad del último régimen republicano truncado a sangre y fuego por el mentor real. Coartada: el fantasma de la guerra civil. El pueblo español era (Rouco Varela piensa que sigue siendo) fratricida y cainita. Teníamos inoculado el miedo en el cuerpo. La ocasión era más que pintada: el rey sería el árbitro y superador del bien (trinidad formada por la Iglesia, la derecha política y la oligarquía económica) y del mal (tridente forjado por socialismo, librepensamiento y contubernio judeomasónico). Había que cerrar heridas, se nos decía y algunos siguen repitiendo: las heridas de una parte se han curado con toda clase de cicatrizantes, las de la otra se han cerrado en falso ocultando bajo la piel bolsas enormes de pus (cadáveres perdidos en fosas comunes y cunetas, víctimas olvidadas, asesinos y torturadores impunes, sentencias sin revocar, dignidades profanadas, tragedias sin clarificar, mausoleos denigrantes como el Valle de los Caídos…) Última duda: ¿es el rey quien patrocinó la transición pacífica o fueron las abdicaciones de la izquierda las que hicieron posible la consolidación democrática: renuncia a la legitimidad republicana con bandera incluida, aceptación de la ley de amnistía como ley de punto final, olvido de la memoria histórica, aparcamiento sine die de la revisión y juicio de la dictadura…?
Los prohombres del franquismo se reciclaron por la vía rápida apareciendo como demócratas de nuevo cuño que nada sabían de su pasado y que nadie osaba recordárselo. Otros, que llevaban cuarenta años de vacaciones, se nos presentaron, vestidos de chaqueta de pana, como abanderados de la resistencia antifranquista y de la izquierda moderada (ya habían apostatado del marxismo). Hasta Santiago Carrillo, uno de los patriarcas de la trinidad eurocomunista, padeció una mutación increíble: pasó de profetizar que el Borbón sería conocido en la historia como Juan Carlos I “el Breve”, a abrazar la fe del republicanismo juancarlista. ¿A cambio de la primogenitura (reconocimiento democrático del rey franquista) cuál fue el plato de lentejas que los de siempre ofrecieron a los hasta ese momento excluidos del sistema (o del pastel)? Una declaración de principios de los derechos de la ciudadanía, el reconocimiento de los partidos como guardianes y administradores exclusivos de la voluntad popular, un café para todos y poco más.
¿Estos mimbres han servido para hacer un buen cesto? ¿Los derechos ciudadanos recogidos en la Carta Magna son realmente respetados? La libertad y la igualdad (9,14), la dignidad de la persona (10), la laicidad del estado (16), los derechos de los trabajadores (28 y 35), la distribución equitativa de la renta (40), la protección de la salud (43), la conservación del medio ambiente (45), el derecho a una vivienda digna y adecuada (47), la protección de los dependientes (49)… La práctica política, y más en los últimos tiempos, hace de esta declaración constitucional papel mojado o agua de borrajas. Lo que existe en la constitución, desgraciadamente no está en la vida de cada día. Para redondear la faena, la última reforma constitucional pactada por PP y PSOE supedita los recursos necesarios para el cumplimiento de todos estos derechos, al pago de la deuda y sus intereses (135). Las obligaciones del estado para con sus ciudadanos quedan reducidas a “se hará lo que se pueda” (palabra de Rajoy). En resumen: que prevalece Merkel sobre los derechos educativos, que las exigencias de Christine Lagarde (FMI) entran en urgencias por delante de las listas hospitalarias, que el BCE arrasa los derechos laborales, que las amenazas de China doblegan la justicia universal (e incluso personal), que Bruselas se impone al Pozo del Tío Raimundo, que los informes de los “hombres de negro” suplantan las decisiones del parlamento, que las leyes del mercado tienen mayor rango que la protección de la dignidad de la persona, del derecho a la vivienda o de la protección del medio ambiente…Es el sometimiento claro del estado de derecho al liberalismo económico. Estamos ante la prueba evidente de que es falsa la aseveración del Sr. Torres Dulce Fiscal General del Estado: “lo que no está en la Constitución no existe”.¿Y cómo apareció la modificación del artículo 135? Hay muchas cosas, señor fiscal, que están en la ciudadanía coartando, hiriendo, discriminando, marginando, y no vemos que en la voluntad de los partidos mayoritarios aparezca la más mínima intención de reflejar en la constitución la garantía del cumplimiento de los derechos ciudadanos.
El sistema representativo de los partidos ha servido para crear una casta encastillada que no se siente representativa de los ciudadanos sino súbdita del aparato partidario que sostiene, mantiene y protege todo un entramado de intereses y corrupciones varias. Los aforamientos han servido para blindar esta clase privilegiada. Las leyes electorales están configuradas para una alternancia a duo reduciendo a la mínima expresión la pluralidad política del país. Aquellos polvos nos han traído estos lodos que hoy enfangan nuestra sociedad, especialmente a los políticos y a las instituciones: corrupción, amiguismo, clientelismo, estrategias y estratagemas, cuotas de poder e influencia, opacidad, contubernios, endogamia, postureos, piruetas imposibles, puertas giratorias…
El café para todos parece que tampoco haya solucionados los problemas territoriales: los unos profetizan que se parte España, que el califato se hunde y llaman por tanto a las armas para una nueva y definitiva reconquista de los reinos de Taifas que quieren ver uncidos unívocamente bajo el jugo y las flechas. Otros entienden que no se respeta el sentir de los pueblos y su derecho a decidir sobre su futuro. Las peculiaridades catalanas, exigidas por los nacionalistas, eran para los centralistas y uninacionales algo pintoresco, anecdótico, como un sarpullido estacional que el tiempo iría residualizando. El problema vasco era nada más un asunto de orden público condenado a desaparecer con la liquidación de ETA. No parece que los hechos respondan a este diagnóstico: las díadas catalanas reactivas contra las decisiones del Tribunal Constitucional y las políticas gubernamentales, la reclamación de referéndum, la abstención de PNV y CiU en la confirmación parlamentaria de la abdicación del rey, la cadena humana que ligó las tierras de Euskadi a imitación de la última Diada catalana, ya están llevando a más de uno a entender que hay un verdadero problema en la organización del Estado y que los tiempos exigen un nuevo pacto constitucional abierto a las aspiraciones territoriales, y a las nuevas generaciones nacidas en democracia y por tanto libres de hipotecas.
El pacto constitucional se vio en un brete el año 1981 con el intento de golpe de estado. El rey, según todas las versiones políticas (incluidas las carrillistas) volvió a salvarnos y certificó así su legitimidad. Sin llegar a creer en la parodia (purificadora por cierto) de Jordi Évole que he de reconocer que me enganchó, sigo viendo muchas oscuridades en este asunto. Aceptando que el rey no participaba ni conocía la conjura, sí que tengo más de una duda. Declarado y consumado el golpe de estado (carros en la calle, parlamento ocupado, radiotelevisión intervenida…), ¿no debería haber salido inmediatamente el Jefe del Estado (los transistores funcionaban a toda pila) a informar al pueblo cuál era la situación y dónde estaba posicionado él ? Hecho esto, puestas las cosas en su sitio, era la hora de negociar, de convencer, de evitar derramamientos inútiles de sangre, de gestionar el control de los resortes castrenses… Dada la opacidad y el mantenimiento del silencio hasta altas horas de la mañana, cabe preguntarse si el núcleo del asunto era salvar la democracia o la corona. ¿De qué dependía la decisión del rey, del cumplimiento estricto de la constitución o de la correlación de fuerzas?¿ Por qué se alteró el orden de las cosas manteniendo al ciudadano durante largas horas sin saber si éramos una monarquía parlamentaria (aunque estuviera secuestrada), si aquello era una “sanjurjada” o si se trataba de un nuevo Alzamiento Nacional? El reportaje de “Salvados” ha tenido la virtud de sacarnos del embobamiento y la unanimidad en la que nos habían mantenido los actores, informadores y politólogos de este país. No es de extrañar la reacción de la caverna que ha tildado al periodista de hereje y profanador de la verdad revelada. Poca broma con las cosas de la fe.
Pasado el susto, nuestros políticos se dedicaron a disfrutar de un reinado que se les antojaba eterno e inmutable. ¿Para qué legislar sobre la regulación de la casa real y sus cuentas, sobre los derechos, procedimientos y protocolos de la sucesión? ¿Para qué revisar y actualizar el llamado consenso constitucional, una vez alejados los fantasmas de la guerra civil aunque el país contara con una elevada masa de votantes demócratas de nacimiento que querían decidir en una transición de última generación? ¿Para qué revisar los privilegios de los que gozaban sus señorías en protección jurídica, en prebendas injustificables e injustificadas… Los látigos y muñidores del acoso y derribo del centro-derecha en aquellos tiempos, Felipe González y Alfonso Guerra, hoy nos hablan de la conveniencia de una gran coalición PP-PSOE, del mantenimiento a perpetuidad (en plan matrimonio católico) del consenso constitucional y otras ocurrencias seniles. Vivir para ver. Hay siglas que huelen a cementerio de elefantes.
Con las luces que los agitadores del botafumeiro real hacen brillar cegadoramente, y las sombras que otros (pocos y contumaces) advertimos, se cierra el reinado de Juan Carlos I, casi cuarenta años de paz consensuada a buen precio, de desarrollo a la europea, pero con muchos déficits democráticos pendientes de resolver, con una corrupción institucionalizada, con un galopante desequilibrio de riquezas, con una desconexión casi total de la clase política con la ciudadanía que ya no se cree lo de que la justicia es igual para todos. Lo máximo a lo que han llegado nuestros políticos es a completar sus plasmas, mítines, ruedas de prensa sin preguntas, telediarios y minutos de gloria parlamentaria, con los muros de twiter o Facebook. Al contrario de Fraga consideran que la calle no es suya.
Nos llega el relevo dinástico: la casa real se amplía a tres generaciones, por primera vez en la restauración gracias a los espermatozoides, no a la ley de sucesión. Tendremos un hermoso mundo “couché”: una princesa, un aforamiento ampliado, y un rey preparado como ningún otro en la historia y en el mundo.¡Y que algunos, inconscientes de lo que nos conviene, quieran votar precisamente cuando NO TOCA!.
Más de un politólogo y tertuliano ante las posturas y discusiones parlamentarias en torno a la abdicación, han pontificado que las Cortes no tienen otra opción que ratificar la voluntad del rey (puro trámite). Olvidan estos sabios que estamos en una monarquía parlamentaria y que son las Cortes Españolas las que ponen y quitan rey y que en sus atribuciones está aceptar el inicio y el final de un reinado (forzado, evidentemente, en caso de defunción). El rey está obligado a firmar las leyes y normas salidas del Parlamento, pero el Parlamento no está obligado a aceptar los deseos reales por muy personales que sean.
Nos queda el broche de oro: la coronación de Felipe VI. Ya está la caverna capitaneada por Marhuenda lamentando la dejación del nuevo rey que acepta (hasta es posible que haya propuesto) ser proclamado tal sin una misa de coronación (ni tan sólo un tedeum) cediendo al laicismo del estado. El rey es el jefe del estado y el mando supremo de las Fuerzas Armadas. En la ceremonia de coronación ha ido vestido con el uniforme del Ejército de Tierra. Parece que es más importante su papel militar que su fundición civil. La liturgia también habla. De una manera confusa y marrullera se ha disuadido a los republicanos para que no se exhiban en el recorrido real, alegando razones de seguridad como ocurre en los eventos deportivos en los que se separan las aficiones para evitar conflictos. Pero aquí lo que se ha hecho es eliminar a una de las aficiones. ¿Por qué no se ha optado por la separación: la acera derecha para los de la bandera roja y gualda, la de la izquierda para los de la tricolor y que Dios reparta suerte. Comenzamos mal porque el nuevo rey dice que en este país “cabemos todos”, pero en la ruta real parece que se ha declarado el estado de excepción. A lo mejor es que la calle no daba para más, y naturalmente primero los de casa. Para concluir la faena de las “banderillas”: ¿Es razonable que con el dinero de todos (también de los republicanos) se regalen banderas “monárquicas” (sólo 100.000) y se prohíban las republicanas? La actuación de la policía lamentable, y nadie se responsabiliza ni da explicaciones.
Dentro de las parafernalias institucionales se han colado en demasía las concesiones al populismo y a la prensa rosa (carantoñas y complicidades de la familia real), al paripé (móvil en ristre –incluido Froilán- para inmortalizarse y certificar que estaba allí), al exceso incontrolado (¿quién elaboró la lista de más de 3000 invitados en la que había demasiados toreros , escasas personalidades significativas de la cultura y la ciencia, nula representación del asociacionismo popular, pero sí estaba el pequeño Nicolás.?)
Tanto el Gobierno como todos los medios afines sólo hacen que magnificar la capacidad del gobierno y el sistema que en quinces días han sido capaces de organizar y llevar a cabo una sucesión modélica. ¿Nos han visto cara de bobos y se han creído que lo somos? Desde el mes de marzo sabe el bipartidismo que hay abdicación. ¿Me quieren decir que desde entonces nada han hecho, esperando que el rey hablara? Han pactado las fechas, el procedimiento, las medidas, los argumentos, las declaraciones y el concierto mediático. No sólo a espaldas de la ciudadanía, sino también del Parlamento que la representa: ningún partido ni grupo sabía nada excepto el PPSOE. Realmente si no lo tenían todo montado es que son tontos e inútiles. Hasta puede ser que tuvieran prevista (y temida) la reacción republicana porque la aceleración de los acontecimientos y la reducción exagerada de los plazos, al menos da que pensar. Si a esto añadimos nuestra tradicional debilidad por la improvisación y la desidia… ¿Cómo es que a estas alturas aún no tenemos definidos los procedimientos de la sucesión y abdicación cuando llevamos cuarenta años luciendo monarquía consolidada?
Cerramos con chascarrillos: En el acto de firma de la abdicación el asunto de estado que ocupó el encuentro del rey y del presidente del gobierno fue el partido de fútbol contra Chile. El señor Rajoy se comportó vilmente con un monarca que aunque sólo le quedaban pocos minutos de reinado, estaba inquieto por uno de los asuntos patrios más candentes: la selección española de fútbol. El Presidente lo engañó como a un chino:” ya tenemos arreglado el partido de mañana”. Chile nos pasó por encima con un rotundo 2-0. Este hombre cada vez que habla, miente. Menos mal que habla poco. ¿Y cuánto nos ha costado?-le preguntó el rey preocupado por la trasparencia. Rajoy lo burló por chicuelinas: si la cosa va mal, la culpa será del gobierno. Evidente, señor presidente: si lo tiene “arreglado” y le birlan la cartera, ¿no es para quedarse con cara de tonto? Otro botón de muestra: un periodista le pregunta a Felipe González su opinión a la salida del Palacio de las Cortes tras la proclamación de Felipe VI: En este momento histórico quiero expresar mi solidaridad con “la roja” que pasa unos momentos tan difíciles. Los parados, los hipomileuristas, los jóvenes, los dependientes están eufóricos y van sobrados. ¡Qué socialista tan rojero y tan peculiar en su sensibilidad social por quienes están pasando trances angustiosos! Los años y los sillones de Gas Natural no perdonan.
Acabados los discursos, analizadas las declaraciones reales (sugerencias, referencias claras y supuestas, ausencias y promesas), llega la hora de quitarse la corona y ponerse el mono de trabajo. ¿Y por dónde ha comenzado el tajo? La recepción de las víctimas del terrorismo parece un gesto más bien populista porque ni se han citado ni se han mentado las víctimas del franquismo. ¿Para cuándo esa reparación, para cuándo la demanda de perdón a la ciudad de Xátiva por los desmanes del patriarca de la dinastía borbónica española Felipe V cuyo retrato bien derecho presidía el despacho de su padre, pero en la ciudad levantina sigue viendo el mundo cabeza abajo? ¿Cuál será la primera visita al exterior de Felipe VI? El Vaticano (perdón la Santa Sede): ni es un país vecino, ni es un estado de la Unión Europea, ni es un punto geoestratégico primordial para nuestros intereses. Más bien parece una compensación por renunciar a la misa de coronación. El programa para andar por casa se inicia en Girona, cuyo título de príncipe ostenta: difícil tiene el muletazo, pero no hay más remedio que entrarle al toro. No se prevén aclaraciones sobre las cuentas ni sobre el proceso de selección de los invitados a los actos protocolarios (pequeño Nicolás incluido), que sería un buen signo de la nueva trasparencia. Los inicios no invitan al entusiasmo y a la esperanza. Pero nunca se sabe…