Tradiciones > LA HILA - La dama de Arintero

Muerto Enrique IV de Castilla (1474) debería heredar la corona su hija Juana apodada la Beltraneja. Pero la nobleza castellana en su gran mayoría no la acepta como hija legítima del rey ni, por tanto, como heredera. Así que proponen a Isabel, hermanastra del difunto rey y casada con Fernando de Aragón, para sucederle en el trono. Los defensores de Juana, viéndose en minoría buscan el apoyo de Alfonso V de Portugal, tío de la Beltraneja. La falta de acuerdo entre ambos bandos desemboca en una sangrienta guerra civil. Juana establece su corte en Toro (Zamora). El asedio y ocupación de esta plaza da lugar a una de las batallas más duras de esta guerra sucesoria que acabaría con la victoria de los ejércitos de los Reyes Católicos. En León los Quiñones se declaran aliados de la Beltraneja y los Guzmanes, que tenían una gran influencia en las cuencas del Porma y Curueño, se alinean con Isabel. En consecuencia los mozos montañeses se alistan en el ejército isabelino y se encaminan hacia Toro (1476).
Aquí comienza la Leyenda de la “Dama de Arintero”, una de las cuarenta versiones de “la doncella que se fue a la guerra”, loada por el romancero. Seguiremos la versión plebeya por lo que el padre de nuestra dama no será conde sino un simple vecino de Arintero y en vez de ser el hijo del rey quien se prenderá de su belleza, el que se rendirá a sus atributos será un compañero de armas. Así se cuenta la historia

Un anciano vecino de Arintero está muy apesadumbrado porque no puede ayudar a la causa de sus reyes: él es ya mayor para empuñar la lanza y tan sólo tiene hijas. Así que lamenta su mala suerte y maldice a su mujer por haber parido sólo hembras.
Una de sus hijas, Juana, defiende a su madre , pero a la vez, sintiéndose superior a muchos paisanos mozos, decide dar cumplimiento a los sueños de su padre:
—No maldigáis a mi madre, que a la guerra me iré yo;
me daréis las vuestras armas, vuestro caballo trotón.
El padre le expresa sus reticencias ante la dificultad de ocultar su condición femenina:
—Conoceránte en los pechos, que asoman bajo el jubón.
—Yo los apretaré, padre, al par de mi corazón.
—Tienes las manos muy blancas, hija no son de varón.
—Yo les quitaré los guantes para que las queme el sol.
—Conocerante en los ojos, que otros más lindos no son.
—Yo los revolveré, padre, como si fuera un traidor.
Solventadas las dudas paternas, Juana se viste de caballero. Pero antes de partir busca un nombre de guerra y pide consejo a su padre:
– Si he de ir a la guerra, padre, ¿ cómo me he de llamar yo ?
– Oliveros, hija mía, Oliveros, blanca flor “ …
—Y para entrar en las cortes, padre ¿cómo diré yo?
—Bésoos la mano, buen rey, las cortes las guarde Dios.
La fiera moza monta en su caballo y se une a las huestes que se dirigen a Toro para luchar contra las tropas de la Beltraneja. Es a finales de la primavera:
“Un día del mes de junio,
cuando más calienta el sol,
que los trigos echan caña
y los campos crían flor…”
Se entabla la gran batalla en Peleasgonzalo, ya en las cercanías de Toro. Juana metida en el cuerpo a cuerpo, se topa con un portugués que yacía en tierra malherido: había perdido las manos y sostenía con los dientes la bandera. La dama guerrera lo remata de un espadazo en el vientre. Es entonces, según unos, cuando se le queda al descubierto el blanco pecho, aunque otros prefieren la versión de que es al tirar la lanza y rompérsele los botones de la camisa cuando deja a la vista sus encantos. Y no faltan los que retrasan el feliz descubrimiento: acabada la refriega, la tropa se solaza y se refresca en el río Duero; en un descuido sus compañeros de armas descubren el engaño.
Sea como fuere, el revuelo entre la tropa es monumental y todos comienzan a gritar: «mujer hay en la hueste». El rey, impresionado por su bravura y lealtad, la manda llamar y le concede cuantas mercedes pide para ella, para su familia y para su pueblo.
Juana, tras recibir los pergaminos que dan fe de los privilegios que el rey le otorga, vuelve muy contenta para su montaña, con la satisfacción del deber cumplido.
Enterada Isabel la Católica de los privilegios que ha concedido su marido, el rey Fernando, monta en cólera (grande es su temor y desconfianza de la nobleza levantisca) y envía unos emisarios para dar alcance a la Dama de Arintero. Han de arrebatarle los pergaminos, de grado o por la fuerza. Le dan alcance en la Cándana de Curueño donde se había quedado para jugar una partida de bolos con los mozos. Pero las vitelas ya están en Arintero, llevadas por sus compañeros de leva, entre los que se encontraba el Azevedo de sus amores. Aquí se da por acabada la historia. Por lo demás ya se sabe: “fueron felices…” (se supone)
Según otra versión Isabel, contrariada porque se había premiado a una impostora, da órdenes para que los pergaminos sean lanzados al río Esla y la dama esté fuertemente custodiada. Pero Juana, que había conseguido hacer una copia de la vitela, logra burlar la vigilancia y huye hacia la Cándana de Curueño. Experta en engaños, se hace la muerta y sus guardianes caen en la trampa. Todos en el pueblo también la dan por muerta y de ello da fe el romance:
«La Cándana, pueblo triste
porque en tu recinto viste
morir la luz de Arintero.»
Juana y Azevedo reinician de incógnito una nueva vida. Seguramente fueron felices, pero no pudieron dedicarse a comer perdices porque los sucesos y aventuras continuaron.
Un buen día (tal vez malo) reciben una carta de un tal Almeida. Se trata del portugués que Juana creía haber matado pero que milagrosamente ha salvado la vida y que, por lo escrito, goza de muy buena salud.
Ante tal revelación Juana y Azevedo deciden seguir manteniendo la ficción: Juana había muerto en la Cándana pero sería para siempre la heroína que había acabado con la vida del portugués Almeida. Así la leyenda de la gesta de la Dama de Arintero siempre estaría en boca de las gentes. No se equivocaron porque de ello da fe el romancero y lo certifica la heráldica :

SI QUERÉIS SABER QUIEN ES ESTE VALIENTE GUERRERO
QUITAD LAS ARMAS Y VERÉIS QUE ES
LA DAMA DE ARINTERO

CONOCED LOS DE ARINTERO
VUESTRA DAMA TAN HERMOSA
COMO CABALLERO
CON SU REY FUE VALEROSA

Redacción de Jacinto Prada.