Plantasteis vuestra tienda
en la frontera de la vida y de la muerte,
en tierra de dolor y desesperanza.
Tuvisteis que mirar la angustia
a cara descubierta,
con el miedo a flor de piel.
Habéis sido la mano amiga
que menguó la soledad
de quien partía sin el abrazo necesario
rumbo al último horizonte.
Rompisteis las agujas del reloj
para que cupieran más horas en la esfera
y los días llegaran más allá de medianoche:
el tiempo no se pierde ni se gana;
se vive y mientras haya vida
nos sabe a eternidad
la mirada y la caricia.
Solos
curando la soledad,
fuertes para sostener
las piernas que desfallecen
y se niegan a seguir en el camino,
robustos por encima de vuestras flaquezas
sujetando los sueños que se desmoronan,
y los alientos que se apagan.
Casi suena a insulto deciros gracias
cuando nos veis desenmascarados, sin conciencia,
cuando entendemos a nuestro modo y manera
que hay cosas que no se pueden pagar,
cuando damos a regañadientes lo que es justo,
cuando evadimos y votamos
a costa de vuestra dignidad.
Es momento de poner los cronómetros a cero
o tal vez pararlos a los ocho de la tarde
hasta que recuperemos sentimientos y sentido:
en nuestras pobres barquichuelas
a la deriva y en tormenta
solo nos queda a mano el salvavidas
de vuestro saber y entrega sin medida.