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SENTIDO DE LA VIDA

mayo de 2018

Sólo nosotros los humanos somos capaces de dar sentido a la vida. Nuestros compañeros de animalidad, pura y simplemente viven (¡que no es poco!). La neurona del homo sapiens le permite hacer de cada instante una sarta que va engarzando para construir el collar de su existencia: es por una parte un andamiaje que sostiene la arquitectura del pasado y por otra  un diseño que orienta la construcción del futuro. Es un salto descomunal en la percepción de la vida: además de la conciencia instantánea  de la experiencia vital y  la memoria de los hechos placenteros o doloroso-frustrantes vividos, dotes que compartimos con el resto de vivientes móviles, somos capaces de encasillar nuestro devenir en una escala de valores y prioridades que nos permiten hacer un abalance: ha merecido la pena vivir? ¿ cómo valoramos haber vivido así?

Por otra parte nuestra mente a partir de los materiales utilizados y las experiencias constructivas del pasado es capaz de edificar deseos,  proyectos y sueños, y en algunos casos más o menos patológicos planes de demolición. Sin duda somos historia personal  y colectivamente. En ocasiones a la vista en superficie  y por instantes soterrada en las catacumbas y yacimientos arqueológicos de nuestro subconsciente (tradiciones y costumbres en la colectividad). Todo este amasijo de pasado y futuro que pretende solidificar un presente inestable, huidizo, por momentos dramático o exaltado, hace de cada momento de nuestra vida una oportunidad, un inquietante y doloroso dilema, o un pesado destino fatal.

Pero situémonos cada uno y cada cual en la zona 0: somos aquí y ahora. Ante nosotros el espejo: sí, ese en el que nos miramos los granos de la cara, las arrugas, las patas de gallo, las canas nacientes, frente al que  nos maquillamos, nos vemos resultonxs, nos probamos el último modelo de gafas, nos envidiamos, enorgullecemos , nos resignamos o nos detestamos por el diseño de corporeidad que nos ha tocado en suerte. Nos miramos a los ojos rebotándonos la mirada. Y nos disparamos a quemarropa la pregunta: ¿tiene sentido mi vida? Seguramente bajamos los brazos y un tanto desarmados y la mirada perdida nos replegamos sobre nuestra propia visceralidad. ¿qué significa “sentido de la vida?

Como se apuntaba anteriormente la pregunta parece ir orientada a una valoración global de nuestra historia personal  como si se tratara de un puzle en el que con frecuencia falta alguna pieza  o en ocasiones entra forzada otra. Podemos también imaginarnos pincel en mano ante el lienzo para fijar las luces y sombras de nuestro relato vital. O algo más prosaico, frío y matemático como es un cantable que pesa y sopesa debes y haberes para certificar un balance que de todos modos es revisable por el Tribunal de Cuentas. Final de etapa: borrón y cuenta nueva o prorrogación de presupuestos. Esto que parece tan simple y razonable no lo es tanto si nos ponemos en la piel y las manos  de un cirujano que saja la herida. ¿Es posible cuantificar la intensidad del gozo y del dolor? ¿Cada sufrimiento y cada alegría son goles de igual valor en la tabla clasificatoria? ¿O los hay de valor doble según  si han sido marcados  en tu casa o como visitante? ¿Qué prevalece: el número, el tiempo de duración, la frecuencia, el espesor de la profundidad? ¿Cuenta por igual lo sobrevenido  (suerte) que lo buscado y peleado? Se compensa una frustración con un éxito?

Todas estas preguntas y muchas más que podríamos formularnos nos llevan a ver que es muy personal el análisis del nivel de calidad y sentido de nuestras vidas porque somos juez y parte. Es difícil que alguien llegue a calibrar con cierta exactitud las dimensiones y densidad de los sentimientos vividos por otra persona y por otra parte el cristal  (color y aumento) con el que cada uno observa   a modo de reflexión y con frecuencia de refracción el proceso de su existencia provoca distorsiones y desproporcionalidades. En “desfacer este entuerto” trabajan psicólogos y psiquiatras. Lo que sin duda convendría dejar asentado es  que debe entenderse como personal e intransferible el derecho a tener  de sí mismo la visión que crea oportuna, a su cuenta y riesgo cargando por tanto con los efectos primarios y secundarios derivados de sus valoraciones.

Convendría en este punto considerar el significado del dolor y el sufrimiento. Sabemos que el dolor es un detector de anomalía que sirve al animal para facilitar su supervivencia. Es un signo de alarma, naturalmente transitorio y desechable. Entendemos el sufrimiento como ese desajuste del espíritu o de la fuerza vital que nos hace sentir a disgusto con nosotr@s mism@s o arrancad@s,  desconectad@s  y expulsad@s de la colectividad más o menos próxima. El dolor y el sufrimiento son asumibles  (incluso rentables) dentro de un proceso para alcanzar una meta deseable y deseada. Soportarlos es medicina y vacuna de fuerza y esperanza cuando la fatalidad nos hiere. Todo merece la pena por salvar la vida, pero siempre una vida con dignidad y horizonte. En este tránsito por nuestro lado oscuro es comprensible y respetable la sublimación del dolor en la dimensión que lo plantean las religiones (purificación, asimilación o emulación del líder o modelo). Pero yerran quienes desde el fanatismo dogmático entienden que sólo su visión es la correcta y digna pretendiendo someter a tod@s  a sus tratamientos y moralismos. Evitar el dolor es lo natural para el común de la animalidad. Nada tiene que ver esto con la sana capacidad de resistencia, de adaptación y de deseo innato de supervivencia. El modelo de vida actual que nos sitúa en la urgencia permanente ( ¡aquí y ya!), en el hedonismo mal entendido, en la creación de burbujas asépticas son fuente de dolores innecesarios, de excesiva intensidad y de insoportable frecuencia. La frustración está servida.

Volvamos al carril central. Vistas estas consideraciones podemos interrogarnos si un hecho más o menos puntual (paterno-maternidad, carrera, oficio, emparejamiento, desagracia…) puede él solo y por sí mismo dar sentido a toda a una vida. Sin duda puede ser así. Podremos discutir si es mucho o poco, si es demasiado reducido el espacio de confort vital, si es arriesgado jugarse el partido a una sola carta, si la vida tiene muchas vueltas y nunca se sabe  hasta que liquidamos la cuenta. Al considerar si la vida o cualquier experiencia concreta ha valido o vale la pena cada individuo valora en prioridades diferentes  la seguridad personal, la intensidad de las emociones, el proceso a largo plazo, la periodicidad de los momentos satisfactorios, la tranquilidad o la excitación, la ética, el peso de lo individual y colectivo, la sobriedad o el despilfarro, el dintel de las necesidades, el resultado o el proceso, el calibre de los hechos en su puntualidad o en su proyección temporal…

Al hablar de la perspectiva en la que encajamos los acontecimientos concretos hemos de tener en cuenta la mediación de la memoria. Tod@s conservamos hechos memorables para bien o para mal. Estos sucesos  no sólo son piezas de un mosaico sino que se convierten en referencia global: sólo por haber vivido aquel momento  damos por buena nuestra existencia azarosa o a partir de aquel hecho se ha reconfigurado totalmente nuestra estructura de valores y prioridades. Hay experiencias que son una bendición o una maldición según la subjetividad de cada uno. A mi entender en el mapa de los itinerarios humanos no hay pistas de sentido único, ni direcciones prohibidas, ni tontones infalibles. ¿Has gozado del caminar, te has topado con gente interesante, has disfrutado del paisaje, estás cumpliendo con la hoja de ruta que te habías trazado, guardas con cariño souvenires de los lugares de paso, te sientes afortunado por haber seguido en cada etapa el ritmo quete pedía el cuerpo y el tiempo? OK. De todos modos  los recuerdos son cuchillo de doble filo: nos pueden servir de manantial que nos apaga la sed de cada día o puede ser una pócima que envenena nuestra temporalidad. Nos puede dar alas o nos puede enjaular , nos puede anclar en el pasado o puede soltarnos las amarras  para alcanzar alta mar. Puede dar sentido a la vida  o dejarla en el desamparo de la sinrazón.

Pero generalmente  encontramos el sentido de la vida en la proyección completa de nuestra particular película. Es el entramado del nudo y el desenlace  en su completa red la que da sentido, esperanza o desesperación. Cada ola ha sido un reto, una desdicha o un éxito, pero sólo si llegamos a un puerto acogedor que nos permita sentirnos adecuadamente viv@s daremos por buena la travesía. Poco importa el estado real de la mar, sino cómo lo ha sorteado nuestra particular barquichuela. Y en caso de hundimiento comprobar si hemos sabido o no sacar fuerzas de flaqueza, si hemos creído más allá de nuestras posibilidades que estaba a nuestro alcance la playa o el acantilado. Cabe en todo esto apreciar la horquilla en la que se mueve nuestro concepto de la felicidad y del bien-estar. Tal vez con sentirnos indoloramente viv@s deberíamos considerar que la vida merece la pena vivirla.