ZONA NUM. 1 DE BARRILLOS
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Topónimos - ZONA 1 BARRILLOS DE LAS ARRIMADAS

EN EL PUEBLO:

A la entrada del pueblo por la parte este se encuentra La Cruz: esta denominación seguramente hace referencia a la cruz que señalizaba la entrada de Barrillos como era frecuente en muchos lugares. Tiene también resonancia jacobea, si no es de alcance romano, el topónimo de La Calzada. Aquí también podemos admirar el único palomar que aún se conserva de los tres que nos han llegado referenciados.  Es de suponer que el triángulo marcado por C/ Real, Los Pozos y Carcaval recibe el nombre (de él hay constancia en el siglo XVIII) de una fragua instalada en el lugar. La plaza de Los Pozos se llama así porque aquí había  dos pequeñas lagunas artificiales cuya utilidad era servir de abrevadero al ganao y que se transformaban durante el crudo invierno en una pista de hielo para patinaje sobre madreñas. La Poza situada en la confluencia de la C/ del Carcabal y la C/ Real  se explica por la existencia en este punto de una pequeña balsa donde se recogía el agua del caño a donde acudían los vecinos a recoger agua para fregar suelos o regar el huerto y a lavar la verdura, especialmente los cardos entresacados de los trigales allá por el mes de mayo. En El Cantico había uno de los lavaderos del pueblo a donde IBAN las mujeres para lavar la ropa. La Orapía es un nombre degradado ya que el original era Obra Pía: este prao era una donación a la Parroquia de Santa Marina cuya explotación correspondía a los familiares de algún seminarista de la saga y en su defecto del lugar. Limita esta finca El Carcaval, reguero que provine de las fuentes de Gatón y recoge las aguas de esta vallin: es uno de los paraísos de los ruiseñores que sonorizan días y noches allá por los finales de primavera.

Tenía Barrillos al menos tres eras: zona del actual polideportivo, por debajo de la ermita (la principal) y en Matacortina; desde finales de julio hasta septiembre eran el centro de la vida del pueblo: había que acarrear el cereal, los garbanzos o los titos, trillar, hacer la parva, separar el grano con máquina o aventando, recoger los costales de la cosecha, encerrar la paja completando los armantes del carro con las redes de rigor… Con los palitroques de los garbanzos los guajes hacíamos buenas hogueras junto a la ermita rn las tardecicas de inicios del otoño.

El Cordel de la Varga explica el nombre de Tras-la-cañada: estamos hablando de las tierras que quedan por detrás de la cañada que marcaba el paso de los rebaños de los meriteros, que seguían en su trashumancia la ruta pecuaria  que enlazaba la estación de ferrocarril del Burgo Ranero con los puertos de Lillo. El cordel es una vía pecuaria con derecho prioritario de paso y de pastura., así que tiene la consideración de espacio protegido. ¡Qué fascinante el sonar de las cencerras, la espectacularidad de sus mastines y aquella parafernalia de los caballos cargados con todo tipo de achiperres! Muchas veces hacían noche en este lugar aprovechando el abrigo de la vaguada, el agua del “cañín”, y el cobertizo del portal de la ermita vecina. Era uno de los acontecimientos más esperados por la rapacería (entonces no había tele). En los chamargales los renagüeis enloquecían las noches de primavera. Esta zona húmeda tiene un suelo arcilloso. Estas condiciones la convertían en el lugar más apropiado para fabricar adobes: en el fango de los charcos se echaba paja, se mezclaba a base de batir la pasta con los pies, se rellenaban los moldes bien mojados para que resbalara el barro, y se dejaban a secar al sol (de vez en cuando convenía girarlos).

La Cortina es la ladera que desciende por el oeste desde las eras hasta Traslacañada. En la parte bajera, justo pegando a la sebe, Eloy cuidaba con arte y esmero unos frutales entre los que figuraban un peral tempranero y un manzanal de nángel. Los rapaces que eran los encargados de suministrar agua a los trilladores al bajar a llenar el botijo al cañín de Traslacañada solían hacerle una visita: si había en el suelo bien, y si no se cingaba un poco las cañas…Los zarzales de la sebe daban también unas exquisitas moras.

Son clarividentes los tres topónimos “justicieros”: La Cárcel, El Rollo y La Picota.

Barrillos es de los pocos pueblos de España  (junto con Vadocondes y Presencio en Burgos ) que mantiene testimonio de la existencia de los dos lugares jurisdicionales: rollo y picota. En nuestro caso no nos quedan restos de estos monumentos menores, pero los topónimos son concluyentes. El rollo  (símbolo jurisdiccional) solía estar formado por una pilastra con una moldura en la parte superior que venía rematada con una bola. En muchos casos esta esfera iba coronada con una cruz sencilla A veces estaba levantado sobre un pedestal de un número variable de escalones. La picota tenía más o menos la misma estructura excepto la parte superior: aquí el pilar  se remataba con una pieza en pico de forma piramidal o cónica que explica su nombre. A veces  presentaba una oquedad que servía para encajar la nuca del reo y argollas para encadenarlo o sujetarlo con sogas .Posiblemente estos lugares de castigo tengan su origen en los postes de suplicio del imperio romano (recordemos el pasaje de Jesús atado a la columna). Según Teófilo López Mata en una sentencia de 1528 se especifica los castigos ejecutados en la picota: “para cortarles y clavarles en ella la mano derecha, pena agravada en caso de quebrantamiento con la amputación de un pie”.  La primera descripción de estos lugares y su función la encontramos en el Código de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio. (mediados del S. XIII). Las ejecuciones evidentemente tenían una doble finalidad: castigar un delito y servir de escarmiento ejemplarizante, por eso se solían fijar en localizaciones de gran visibilidad y tránsito.El morrete que constituía La Picota fue  durante mucho tiempo la principal arenera del pueblo, por lo que hace unas cuantas décadas tenía un aspecto de pequeñas médulas. La construcción de la carretera y ampliación del camino de la Devesa han borrado esta fisonomía. En esta entrada del pueblo posiblemente se encontraba la famosa “Puerta de Galicia” por donde salían los peregrinos que iban a Santiago.

Si hacemos caso al diccionario la pradera de El Rompido sería el fruto de la deforestación de parte del rebollar que hace frontera con Mata-Cortina. La Barrera, por su fisionomía actual tal vez deba su nombre al hecho de ser utilizada la arcilla de su suelo para hacer barro con el que fabricar adobes  o elaborar “barruco” para la construcción.

El hermoso ejemplar de morera centenaria  (fue plantada por Eloy) que continúa regalándonos con exquisitas moras sangrientas da nombre a un conjunto de huertas que llegan hasta La Vega,  en su día todas ellas enmarcadas por negrillos albar (los únicos del pueblo); la parte más plana del final de la vaguada solía ser el lugar escogido para hacer el baile de la fiesta, aprovechando los negrillos como puntales para construir el templete. Cuántas veces los rapaces recorrimos al día siguiente, palmo a palmo, el prao al rebusco de alguna perrina o perrona que alguien hubiera perdido en la oscuridad de la noche (sobre todo junto a los tenderetes de cantina o de chucherías infantiles).  Estos praos producen las mejores acedas de nuestros lugares: ¡qué delicia vegetariana…A falta de espárragos (no sabíamos qué era eso), buenos eran los tallos.

A esta lista”urbana” hemos de añadir Tras-la-Mata, la Huertona, La Campiella  (registrada en el S. XVIII) y El Adil.

 

AREA DE LA VEGA:

Las Negrilleras fueron antes de la plaga un bosque encantado de negrillos que amurallaban el pueblo por la parte norte. ¡Qué frescor en sus sombras durante el verano! Los romeros de los Remedios disfrutaban de este lugar ideal para tomar la merienda en espera de la llegada del correo. El negrillo era un árbol extremadamente aprovechable: se podaba para hoja, los años siguientes se pelaba durante el verano para alimentar especialmente a los cerdos, y la madera, dura y resistente, tenía multitud de aplicaciones. Los arbolitos jóvenes eran usados para hacer cachas: cortado en verde se pasaba por el fuego y se ponía a domar hasta que estaba bien seco. El arbolado y las matas de jilbotos hacían de las negrilleras un lugar ideal para el juego del esconderite. Igualmente era un paraíso para los buscadores de setas, que con las aguas mil de primavera despuntaban generosamente. Después de más de veinte años, los negrilllos no han muerto definitivamente, pero tampoco han conseguido inmunizarse del hongo mortal. Pocas esperanzas quedan de volver a recuperar el paisaje de nuestra niñez

Los desmontes realizados para el nuevo trazado de la carretera prácticamente han hecho desaparecer este rincón. Estos trabajos dejaron al descubierto restos de madera quemada y de escombros de una construcción. Son muestras que sin duda explican el nombre de Casa Quemada, si bien no se conserva en la memoria colectiva ninguna referencia al respecto.

La Vega es uno de los lugares más señalados de Barrillos, cuyo nombre lo encontramos ya registrado en el siglo XVII. Sus praderas tejen en primavera una maravillosa alfombra de color. A sus pies la vía con el apeadero que durante muchos años (demasiados años) fue una fruta prohibida, hasta que en 1967 fue inaugurado con el sobrenombre de Ntra. Sra. de los Remedios. Hasta entonces y desde que la memoria colectiva recuerda, los trenes de viajeros paraban en la Vega el día 22 de Agosto, para poder atender a la multitud de peregrinos que desde León y la comarca venían ofrecidos a la Virgen de los Remedios. Alguna paradita también hacían los trenes nocturnos durante la época del estraperlo, actividad que alivió más de una pena exportando al País Vasco algún que otro producto.
Ligados a este paisaje, cuántos recuerdos infantiles: colocábamos en la vía trozos de alambre con púas, y cuando pasaba el tren los aplastaba y, como un monstruoso orfebre, forjaba formas extrañas. Otro de los deportes de aventura ( ¡qué premonición de los nuevos tiempos!) consistía en aprovechar el exceso de velocidad de los carboneros que subían renqueando: esperábamos en el sendero el paso del último vagón y, corriendo a todo trapo (nunca mejor dicho) le dábamos alcance y nos colgábamos del tope . Así íbamos de polizones hasta Juan-del-Mar donde nos dejábamos caer para volver a la vulgar normalidad.

La Cuesta: se nombraba así la parte más empinada de estas praderas por donde discurría el camino de acceso al pueblo. Las nuevas infraestructuras han hecho desaparecer del mapa este topónimo, ya registrado en el siglo XVIII.

El Cotao representa el punto donde se juntan el Carcaval y el reguero que viene de la vallina de Valdeo. Aquí había un prao propiedad de la ermita de San Julián, que ya se relaciona en el inventario parroquial de 1638 como “Prado Cotado”.  Los márgenes del arroyo están poblados de sauces, alias balsas y paleros. Sus caños eran utilizadas durante el verano para alimentar los conejos. Los troncos de palero servían para hacer las estacas de los vallados y de las sebes. Los guajes cogíamos las ramas apropiadas para hacer trompetas y silbatos durante la primavera: aprovechando el movimiento fuerte de la sabia (cuando sudaban) desprendíamos la monda de la madera, previos unos golpecitos con las cachas de la navaja, mientras recitábamos aquello de “suda, suda, cabra cornuda…”. En el caso de los silbatos se vaciaba apropiadamente el alma , y para hacer trompetas se obtenía una tira de monda cortada en espiral que después se montaba en forma de bocina fijándola con pinchos de espinos andrineros. La boquilla se fabricaba con canutos de vilorta. En el Cotao también había uno de los lavaderos de ropa, con dos pequeños pozos: uno para enjabonar y el otro para aclarar. Las instalaciones eran tan limitadas que las mujeres habían de llevar un cajón y la lavadera.

Socarrera  abarca las fincas de pradera situadas por debajo de la vía, justo enfrente de la Cuesta. La humedad de estos praos permite el desarrollo de buenas toñadas que eran pacidas o segadas de verde. Aquí proliferan a sus anchas los saltipajos, cosa que hace las delicias de las pegaratas que se las ve con frecuencia por allí bien resblagadonas. Los asistentes a la Asamblea de Santa Colomba sitúan en Socarrera una de las canteras del señorío. Eso nos hace pensar que en aquellos tiempos este nombre se aplicaba también a las fincas del otro lado del reguero y la franja correspondiente de sierra. Las fincas que  bordean el reguero constituyen La Alameda, Los Cerezales, y el Prao del Herrero . Del otro lado de la mata de rebollas se encuentra El Burro, también denominado Pacedero (S. XVIII).